En una isla desierta y frondosa, mora la actualidad de Sam Stims. Hace años que perdió la memoria y no puede recordar nada. No sabe quién es, ni la circunstancia o motivo que le llevó a esa isla sin comunicación.
Está envejecido, castigado, no puede aparentar la edad que tiene, y su único afán y preocupación es la supervivencia. Sam Stims almacena y vigila todos los elementos de subsistencia del lugar. Los cocos, la pesca; lo básico para no perecer.
Apenas pasan barcos cerca del lugar. Antes, tiempo atrás, se afanaba Sam en gritarles, hacerles señas, y trataba de alertarles de que necesitaba ayuda imperiosa. Hace tiempo que dejó de hacerlo. Sam es un hombre que ha perdido la esperanza y vive con inercia. Trata en vano de recordar y recuperar su memoria y su patrimonio vivencial personal. Ante tanta desesperanza y dureza, Sam se toca las partes y se excita dándose placer. Pero solo es alguien que sobrevive sin ambiciones o anhelos. Ya no quiere más.
Vive y se mueve Sam sobre todo en la zona frondosa y boscosa de la isla, y ha aprendido a construírse techos y elementos laterales de protección para la noche, que es cuando acechan las tormentas o cuando los reptiles y demás especies menores pueden herirle y envenenarle. Ha logrado todo un arsenal ingenioso y defensivo, elaborado con lo que tiene a mano. Se sube con agilidad y necesariedad a las ramas de los árboles, los explora, y busca y experiencia indagando y manipulando sobre más elementos que le puedan propiciar un poco de más seguridad y bienestar en su hábitat tremendo.
Sam no comprende nada de lo que le ha pasado, no se lo explica, cree profundamente en la mala suerte, y hace tiempo que ya ha asumido que nunca será capaz de salir de esa isla para ser feliz. Que, esa cárcel con palmeras, es su hogar,su destino, su derrota y su realidad. Y cuando ve a algún barquito de pesca o de ocio, entonces se aleja de la bellísima playa para no ser visto. Teme que le rescaten y tener que empezar a su edad desesperada un tiempo nuevo. Se tiene demasiado miedo a sí mismo y a los demás.
Cuando llega la oscuridad y la noche, Sam Stims se abriga algo y se prepara para dormir. Y no es capaz de saber si lo que sucede en ese momento es real o solo un sueño. Una mujer o ángel con formas femeninas, se le aparece y le pregunta que cómo va todo, o si necesita algo. El ángel " Tardor" logra que no se sienta angustiosamente solo y desvalido cuando se dispone Sam entrar en los reinos de Morfeo.
"Tardor" le escucha, raramente le oye llorar, acepta sus gruñidos y sus protestas, y siempre le promete volver a estar a esa misma hora en ese mismo lugar. Y Sam ya no dice nada porque se ha dormido.
Siempre. "Tardor" está siempre. En el último minuto de su vigilia, cuando está a punto de dormir, Sam le cuenta a su aparición cómo le va, y "Tardor" siempre le comprende y anima. Le escucha. Está con él. Es oportuna y le arropa, le da normalidad y estabilidad, casi le mece, le dice que no se desespere, que sea libre y que no haga nada contrario hacia nadie.
Sam Stims agradece embobado y pacífico todas esas apariciones diarias y convenientes. No le pone a "Tardor" ninguna objeción. Y a veces, en muy pocas ocasiones, Sam Stims le pregunta a su aparición que qué pasaría si no volviese más y qué debería hacer él si eso acabare sucediendo.
"Tardor" se limita a sonreír. Y le dice dulcemente a Sam que no le pregunte bobadas y que no sea cínico porque eso no sucederá jamás, y que sea práctico siempre y que no piense en el futuro sino en el presente de indicativo del verbo sobrevivir, y que jamás le abandonará y que nunca tenga miedo. Que comprende lo que hace, y que no entre en desesperación.
Así es y será. Sam no debe temer. "Tardor" solo dejará de aparecer cuando él muera. Porque "Tardor" y Sam Stims son una misma cosa.
-Y SAM DUERME CONFIADO-
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