viernes, 26 de mayo de 2017

- EL BUEN BOTÁNICO -



En mi Jardín Botánico,-que es un poco mi segunda casa de nostalgia-, alguien me habló de que estaban muriendo los árboles. Y con éllos, los espacios de sombra.
No me lo dijo cualquiera. Me lo dijo un hombre apasionado de la naturaleza y del medio ambiente. Un tipo valiente, delgado y ágil que ahí labora. Y mientras se procedía a hacer troncos y leñas de un árbol fenecido, impulsado por el tremendo calor que se mete en Mayo, la expresión de este hombre entristecido y luchador se mezclaba con su sudor profuso y procedente de su esfuerzo laboral y vocacional.
Me explicó que la magia y singularidad de nuestro Jardín valenciano, no era otra cosa que la monumentalidad y unicidad de sus especies arbóreas. Árboles de los cinco Continentes que llegaron desde los barcos hace algunos centenares de años al Huerto de Tramoyeres que hoy es el incomparable y mágico Jardín.
Sí. Mueren especies únicas y de una belleza brutal. Porque mueren las raíces de estos descomunales y bellísimos árboles. El espíritu de este lugar se está perdiendo. Ya no se cree ni admira el maximalismo de los árboles, sino el gusto por las orlas y los arbolillos  del "fen shui". El minimalismo de moda y de pijos se apodera de la composición de la estética al uso. Como si una nueva estética venciera a la realidad de fondo.
Se secan los enormes árboles, y no solo por el calor. Las raíces gigantescas de estos colosos originarios de mil países y que no sabemos que son una joya, necesitan respeto, riego, amplitud y la filosofía distinta a la que rige. Casi lloraba de impotencia el buen botánico. Casi se expresaba con lágrimas en los ojos al ver los vientos desfavorables. Tiene que luchar en solitario y sin eficacia frente a todo y frente a todos. Incluso frente a sus dirigentes de la maravilla del lugar.
El buen botánico también hacía las veces de vidente con causa. Y nos decía que ahora ya hay razones científicas para certificar la muerte de un ficus gigantesco y maravilloso que reina y se ubica camino de las Torres de Serranos.
Era emocionante verle, porque decía la verdad. Cuando miramos a un enorme árbol, parece que sus imbatibilidades nos pueden hacer más pequeños. Y es, al revés. Lo certifican todos los días la cantidad de turistas italianos, franceses y de todos los países, los cuales casi no pueden creer el paraíso que delante tienen. Los valencianos hace mucho que les hemos dado la indiferencia a nuestro Jardín natural más rico y emblemático.
La sombra solo la pueden dar y en cualquier estación del año, estos árboles increíbles. Pero la guadaña del mal hacer y de otros intereses, acechan y persiguen a las raíces que los sustentan y les dan alimento y natural longevidad.
Tremenda metáfora. Las raíces. Como ese habla valenciana que ya no se utiliza, o como algo que ha dejado de interesarnos por miopía y hasta burrez.
Se ha luchado mucho. Como lo sigue haciendo nuestro buen botánico. Porque este hombre ve más que muchos de nosotros. Ve que el progreso tiene límites y debe tener controles. Y en la sombra de los árboles altos cuyas copas dan abrigo y unos pulmones de oxígeno colosales, está y no otra cosa que la conciencia medioambiental. El futuro de nuestra calidad de vida, y esa apuesta de prevención frente al todo vale de las modas y las fugacidades.
No aprovechamos el Jardín Botánico de Valencia. Le ponemos peros y pegas, pero todo son excusas de mal pagador. Por encima y por debajo de las sombras y los bosques, están las raíces. Y el buen botánico del otro día sabe que tales cimientos son innegociables. Porque son vida y futuro.
-Y RIGOR-

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