Intuí. La intuí. Nunca terminó de convencerme lo que me decía. Era y es tentador. Muy tentador. Pero había algo en Sheyla que me tiraba hacia atrás.
No la conocí en internet. Solo tomé contacto con ella por ese medio. La conocí en persona el otro día, y mis impresiones se ratificaron. No me gusta la generosidad de Sheyla. Ahora que ya la he visto cara a cara, vi sus ojos y me parecieron excesiva y estratégicamente confiados. Mientras tomábamos algo cerca de un coqueto teatro, la mujer se soltó de sus máscaras.
Sí. Su mirada es muy dura. La de alguien que ha sufrido mucho, pero que ha comprendido poco. Perdió a su marido, pero nunca la idea del Poder. ¡No me cuentas nada de eso, Sheyla! No me interesa. ¡Ay, esta mujer! Codeándose con políticos conocidos, con todo el interior de lo palaciego y económico, de los tesoros y de la incredulidad ...
Yo, sonreí a Sheyla. Puede hacerme muy bien económico. Pero bastante mal del otro. Del humano. Porque Sheyla parece actuar desde la caridad, pero lo que hace es actuar desde la inversión. Quiere hacerme grande y notorio, para ella sentirse la gran madrina de mis éxitos. Quiere conseguirme lo que haga falta, pero no me conoce.
Yo, no aparte mis ojos de ella en toda la charla y el encuentro. Y la noté, más que decepcionada, incómoda. Debe conocerla todo dios, y eso insufla vanidad y ganas de privacidad. Y que no la observen tan fíjamente ...
Criticó con fiereza a todo quisque. Sin piedad. Destacó a los de su cuerda y defenestró fuertemente a los otros. Sheyla se ve y se sabe poderosa. Dice que es crítica de arte, pero yo creo que eso solo es la utilización de un título o de una peculiaridad. Veterana y como amargada, sin capacidad de sorpresa, como sabiéndoselo todo, hoy en Madrid, mañana en Asturias, o pasado mañana en Toledo o en Córdoba.
Sheyla quiere ser mi teacher o mi amiga a escondidas que busca el caramelo de mi promoción. Pero si le soy yo y la digo lo que pienso, me llamará desagradecido y torpe. Lo sé. Me esclavizará entre sus brazos de oro, me presentará a señoras espléndidas, y le pondrá reto excitante a mi vida.
Pero yo soy como soy y siempre le diré que no a Sheyla. Y además, me gusta jugar a los augures y a las adivinanzas. Pero no quiero ser un pícaro, y me gusta más morir de pie con mi destino el que sea. Y por las noches, dormir como un tronco ...
Pronostico. Al acabar de tomar los cafés respectivos, me sorprendió su velocidad y agilidad. Se iba sin pagar y con una maestría desconcertante. De hecho, casi lo había conseguido cuando yo se lo dije y se acabó su magia malabar. Su argucia.
Eso sí. Por supuesto que no me dejó invitarla. Yo, no insistí mucho. Si insisto, seguro que me la cargo, Sheyla. Nunca me lo reconocerá. A veces falla inoportunamente la memoria. Esa memoria que a mí nunca me falla, y cuando sucede es sincera ...
Ya en la calle, volvió a colocarse sus negras gafas. Sheyla no quiere ser reconocida, no es coquetería, sino estrategia. Caminar por el Poder debe ser un incordio, pero si es vocacional debe convertirse en vacilón.
Y entonces los granujas se convierten en listos, y los mujeriegos en toreros triunfadores, y los que no pagan en unos vagos, y a la tradición no se la menea porque todo debe seguir inmóvil y seguro.
Sheyla me dijo algo de un ex Presidente que preferí no entender. Y siguió hablándome de las personas a las que encumbra hacia un éxito o a una mayor relevancia. Pero luego lo va contando de unos a otros mientras juega con todos. Sí y sí. Sheyla es el Poder. Y su discurso me da entre pánico, vértigo y fealdad. Prefiero menos intriga y más división de matices. Menos cosa categórica.
Y Sheyla tiene bien claro lo que no le gusta, que es mucho. A mí acabó viéndome nervioso y extraño ante la pose que monté, y me invitó a hacerme a un lado. Yo lo agradecí fervientemente y tomé un metro cercano camino de mí y de mi realidad.
-ME GUSTÓ NO GUSTARLE-
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