Rojo de piel, cosa que suele pasar cuando se expone uno con alegría al primer calor del preverano. Segurísimo de sí mismo. Porte aparentemente de hombre educado y sesentón. En principio, muy atento. Como preparando su espacio y su momento. Dice llamarse, Jaime.
No sé nada de él. Solo sé que viste un polo de pijo, y que lleva gafas de tener dinero.
Nos sentamos unos compañeros de clase con la profesora, para la cortés despedida de fin de curso. Pedimos unos refrescos, me fijo mejor en él, y cuando todos nos damos cuenta, ya nos ha pagado a todos las respectivas consumiciones. Y como es fin de curso y más cortesía, decidimos no opositar su generosidad absolutamente impuesta.
Gana. Parece estar ganando. Algunos compañeros le van siguiendo la conversación. Yo, tiendo a no prestarle demasiada atención. Y entonces decido observarle. Porque tras su fácil sonrisa y su pose más que correcta, van a haber algunas sorpresas.
Lo sabe todo. O, esa sensación me da a mí. Que Jaime no solo lo sabe todo, e incluso todavía más de lo que le han enseñado. Algunos de sus compañeros de la conversación, empiezan a no seguirle el discurso. Tanta seguridad de las cosas que suelta, pues como que te llevan a un evidente repliegue.
Le veo un empresario hecho a sí mismo, y lo primero que pienso es en su hija, de la que afirma que no la entiende, que no se parecen en nada, pero que si en un momento determinado precisa de un hogar y de su ayuda, ahí va a estar siempre él.
Jaime no habla apenas de la mujer de la que se separó ya ha mucho. Malévolamente, la comprendo. Yo tampoco sería capaz de aguantar su prepotencia y su ego. Y casi de repente, observo que apenas cruza su mirada con la mía. No es que la esquive. Yo creo que más bien es desprecio. Como si yo no estuviera. Y como además soy tímido y especialmente cuando no estoy a gusto, decido apostar por un silencio todavía más potente. Además, al lado de la terraza del bar hay mucho tránsito de personas y cosas, y esto me distrae un tanto. Un tanto bastante ...
Hay un contertulio que le aguanta con aplomo. Jaime no oculta que más que dinero, tiene él muchos bienes inmuebles. Y, precocidad. Desde bien veinteañero se preocupó por las inversiones en bolsa y le ha ido bien. Según dice Jaime, él trabajaba de sol a sol, y nunca entiende a los vagos. A mí, insanamente, me gustaría saber cuántas viviendas tiene. Mucha mera curiosidad.
El contertulio que le aguanta las cosas a Jaime, es un cachondo. Lo que en el fondo está pretendiendo es que haya paz en la mesa por si alguien se vuelve negador ante Jaime, y por otra parte enterarse de la vida y milagros del empresario triunfador y sin barreras.
Suelta Jaime: "¡Me conozco España, bien! Y la Comunidad Valenciana, como la palma de mi mano ..."
Y sigue afirmando Jaime que anda también metido en negocios relativos al aceite,y que obtiene de sus olivos una buena producción. Y que el otro día vio a un empresario de la competencia al que según Jaime, quiso mucho. Y le espetó delante de todos: "Tú eres un ladrón. Porque eso que vendes a ese precio, no vale ni la tercera parte. Te has limitado a decorar tu establecimiento, pero la realidad es otra ..."
Su oponente empresarial le dijo que si le seguía llamando ladrón delante de todos, acabarían en los tribunales. A Jaime no le asustan los pleitos. Parece en ellos endurecido desde precoz edad. Y yo le veo violencia. Como excesiva carencia para ser capaz de comprender las razones de los otros.
Parece evidente, al menos para mí, que no solo Jaime está dominado por sus impulsos, sino que además es un perfecto facha. Había competición entre los alumnos para ver quién de todos hacía ademán y el primero, de largarse del lugar. La profesora lo pasaba mal, pero debía ser neutral y más el último día del curso. Y su sonrisa, colocaba un velo al desagrado. Y yo volví a pensar en la hija de este tipo, y en el modo de actitud vital que la habría presentado.
-COSAS FAMILIARES-
0 comentarios:
Publicar un comentario