Fue el primer enfant terrible de la izquierda democrática española. El primer gran tuitero, antes de que se inventara la gran escupidera virtual. El gran Pepito Grillo tras Carrillo o la Pasionaria, la cara b del estudioso sevillano e intelectual Felipe González el institucional. Alfonso Guerra cumplió la gran idea popular de los españoles que salían del puto armario de la dictadura de Franco. Un tipo sin miedo y con tablas que conectaba como pocos, que nos hacía descojonarnos, y que le ponía sal a la gran barrera de los intocables del Poder en España.
El otro día fue entrevistado por Jordi Évole en su programa-análisis de los domingos de la Sexta. Guerra parecía abordar a otra izquierda. La de 2019. Y le vi muy blindado ante las nuevas realidades.
Fue una entrevista potente y de poder a poder, en donde en ocasiones llegó hasta a volver a brillar la figura avanzada de otrora de un político frente a un periodista.
Alfonso Guerra tomó ese rumbo. Fue todo el tiempo de puto amo. De que "yo ya me lo sé todo y no me venga usted con menoridades, joven..."
Creo que el sevillano Guerra acertó cuando señaló cambios en el Psoe. En su época ganaba siempre y conseguía más de 200 escaños, y ahora se consiguen ochenta y pocos. Y apuntó agudamente que en efecto la España actual ya se parece poco a la que fue, y que se habían producido grandes cambios sociales que les habían afectado de pleno.
Todo lo demás, fue una evidente prepotencia cercana a la de González. Él era la figura del partido, y Évole un recién llegado. Estas eran sus cartas y normas, y sanseacabó. Ninguna concesión a la duda. Según Guerra, él no hizo nunca nada excesivamente mal, y anduvo mandón y hasta bronco, y con un regusto de ganas de mandar en todas la líneas.
Guerra es genio y figura. Se presentó y fue de impasable y de superior. Atacó duro y miró con toda la fijeza del mundo. Ya no está de político y no siente apuros ni temor. Va como de vuelta de todo. De, "sobrao". Andaluz con gracejo hasta las trancas, actorazo, pero igualmente con una enorme tristeza o severidad gestual y actitudinal.
Guerra no dio buen rollo. No fue al buen rollo sino a sacar pulso y bola en su lucha por la rivalidad. Afirmó que él veía venir todo esto y que lo políticamente correcto acabó con la flor y la poesía de la verdad sexy de la política como gran e imprescindible referencia. Y que, asqueado, se fue a su casa. Casi toda su vida en política, pero empezó a ver demasiada niebla imprecisa en las cosas.
Cargó contra todo el Procés catalán a su manera y estilo contundentes. Hasta contra el dios Iñaki Gabilondo si hacía falta,y que no le hablen de Podemos, diciendo que Pablo Iglesias está en el Infierno.
Alfonso Guerra ya no va con tanta risa por la vida. No sé si es un vejestorio o un amargado. Lo que sé es que Guerra parecía estar a años luz de aquel irreverente osado que contagiaba risas y cachondeos a los suyos. Me pareció un tremendo hombre triste que ama a Andalucía, y que afirma que lo que a él le gustaba era el teatro y la poesía.
Évole le espetó su actitud con firmeza y afán, pero Guerra apostó por un final a combate nulo y solo entonces sonrió. Me pregunto hoy en dónde queda la magia de aquel tipo divertido y genialoide. Se ha vuelto selectivo, exigente y de poca alharaca. Se nota que es andaluz y gracioso en el hablar y su chisporroteo, pero hay más de una nube negra diciéndole y diciéndose que no a las demás cosas que vienen de los otros.
Se siente injustamente tratado, decepcionado, asqueado y todas esas cosas. Pero es incapaz de hablar claramente de autocríticas o de meteduras de patas. Sí. Su mensaje fue el de "yo no he sido". No se miró el ombligo ni para respirar. Me pareció exactamente tan cerrado como inentrevistable.
-TENSIÓN-
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