Sentimientos, emociones, naturaleza salvaje, vida intimista, secretos del corazón y cuerpos de escándalo. El toro y el infortunio. La casta y la estirpe. La sangre como savia de gen. El sexo como motor, y la atracción imparable cuando sale la luna llena y todo se embruja de placer y locura.
El director vasco Julio Medem, habla de la pasión incontrolada y de mil matices que convierten la vida en un enorme azar de complejidad que tiene su porqué.
Los cuernos, la bravía, la naturalidad del desnudo, la tremenda belleza, el amor y el mar. El mar como locomotora del gozo, la montaña agreste, la raíz y el árbol, la lengua propia, las conexiones comunes y el deseo de los seres humanos en su individualidad.
Las distancias y los tremendos sufrimientos. Ese árbol que conecta personajes que parecen surcar tiempos distintos, pero que no son más que la misma cotidianeidad vital.
Las tetas, los culos, el desnudo y la verdad. El moralismo y la falta de pudor. El pasado y el presente, unidos por unos lugares comunes que no pueden ser sino tremendamente humanos. Humanistas. El acercamiento y hasta la comprensión de los otros. La relativización de los errores y la capacidad de penetrar en la realidad más que densa y compleja.
Y en medio de la vida de los sentimientos libres, suena la música. Del piano, de la voz humana o del canto de los pájaros. La loca canta su verdad. Todos pueden expresarse aunque no entonen el mismo vértice ni la misma asunción en su tonalidad. Pero la idea es abrir los campos y completar las historias por muy truculentas e inesperadas que puedan ser.
En "El árbol de la sangre", está toda nuestra pulsión que pasa por el euzkera y que sirve para el flamenco andaluz o para las canciones georgianas o rusas. Aquí gana el hacer la vida, el mojarse en una playa y en dejarse crecer rompiendo los convencionalismos. La playa no puede faltar.
El baño es sumergirse en el elemento que parió nuestros cuerpos y deseos. El desnudo es nuestra vida real. Y la mujer es más que hermosa, y el varón puede ser un potente semental que encadena amantes de toda edad. El símbolo del macho y del toro, pero también el contraataque de la hembra osada y estratega que se encuentra en la carretera del coche imparable y arriesgadamente oportuno que es el vivir.
El toro y el trueno. Naturaleza borrascosa que trae la lluvia a borbotones y tensión en el ser. A merced de nosotros mismos y de nuestra identidad. El tocarse, el juntarse, el gritar en el gozo, el honor y hasta el canallismo solapado. El sacrificio y la decisión. Nada de medias tintas. O te decides, o la cagas.
El nivel intelectual. La escritora y la escritura. Las emociones y los recuerdos a papel. Los niños y los grandes. Los condicionamientos y el coraje para interferirlos. Cuestionar lo que fue inevitable y cambiar el guión las veces que falta hagan.
El árbol tiene raíces y aguanta. Y es abrazado. Y en la dehesa y la era, surge la fiera y el impacto, el rival y la confrontación. Las cosas pueden acabar mal pero también bien. Y el director intercala esas dos conclusiones.
Julio Medem es el águila que ama la belleza y el drama, pero que no descuida lo perverso y lo abrupto de los personajes. Somos un toro y una mujer hermosa, y un caballo leal, y una profundidad que nos subyuga y que admiramos en nosotros mismos.
Somos deseo y pasión, y choque y res, y temor y magia. Pero también viento que llega y obstáculo que se asume porque ha de ser inevitable su asunción. Y siempre el amor. Esa fuerza imparable que hace que sigamos aquí.
-MÁS QUE BUENA PELÍCULA-
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