Emoción. Emocionado. Sentado en el banquillo tras ser substituído para el homenaje en los últimos minutos de su nueva y última Copa del Rey. Andrés Iniesta lloraba de saudade y nostalgia. Sabe que se va, y para él es una putada irse de una cosa que le ha hecho gigante, querido y millonario: el fútbol.
Un niño de pueblo. Un chico de Fuentealbilla fichó por el Barcelona. Bajito, acusado de demasiada poca cosa, pero con movimientos antológicos. Únicos. Tuvo suerte. Se disiparon las dudas. Y le dejaron ponerse la primera camiseta de su único club, el Barça, y Andrés a nadie defraudó.
Y además se encontró a Valdés en la portería, A Puyol atrás, a Busquets y al gran director Xavi Hernández a su lado, y arriba tuvo a Villa y a Messi. Y el mago Iniesta comenzó a gustarse y a hacer de las suyas. Tenía cara de joven inocente, se mostraba deportivo en exhuberancia, carecía de vanidad, ponía sangre de quien es de pueblo, y un virtuosismo y una creatividad que empezaba a dejar perplejo al personal. Un artista. Un brasileño a la europea, capaz de mover el balón rapidísimo en menos de una baldosa. Algo de asombro.
Lo ganó todo. Pero ha ganado muchas más cosas que las futbolísticas, que han sido todas. Porque además, el carisma del mago se hizo inmortal y general cuando osó meter el gol que hacía a La Roja Campeona Mundial y por vez primera. Nadie había escrito antes esta historia de hazaña. Porque aquello fue una hazaña.
Muchos años siendo el centrocampista más genial de la Liga. Poníamos la tele para ver jugar a Iniesta. Cuando el partido se ponía aburrido y con niebla, de repente Andrés hacía que saliese el sol.
No ha sido Xavi, porque este era director. Imprescindible director. Ni tiene que ser comparado con él. Pero Andrés era tan de dibujos animados como el coloso Leo Messi. O más.
Porque con Iniesta ibas a tener jogo bonito, estética no necesariamente vertical, talento, intuición para ver cuál es el momento del pase letal, el que puede hacer rondos y más rondos hasta hacerte sonreír, y si eres del Barça para que no desvíes la mirada hacia otro sitio y para que mantengas el foco en lo que puede que haga. Y que hace.
El mago Iniesta ya ha mucho que es inmortal. Y que no se puede hablar de historia del Barça, de la Selección, o del fútbol en general sin mencionarle.
Solo le ha faltado ser proclamado mejor jugador de Europa. Eso es un tabú que solo se reduce a los goleadores. Pero Iniesta pertenece a ese Himalaya de los más que grandes.
Andrés, es sencillo. Uno de los valores humanos más difíciles de ver en este furibundo negocio. Iniesta nunca ha ido a la bronca ni al lío, y siempre ha apostado en el fútbol con el traje de futbolista que se divierte con todos y que nunca ha mostrado tirrias ni rivalidades definitivas.
Andrés Iniesta ha sido un amigo. Un tipo tranquilo, familiar, sin ganas de joder a nadie, sencillo y equilibrado. Un as irrepetible que ha llenado de alegría y de color los campos que ha pisado con sus botas de siete leguas.
Será difícil ahora que lo va dejando, que pueda aparecer otro chico español de su talla y carisma. Es una institución. Es la dulzura magistral y la lección continuada. Andrés ha medido a Cronos en el tiempo. Y quiere irse casi como llegó. Limitándose a jugar un fútbol de fábula. Y después que los que amen de follones y polémicas se apañen.
¡¡ QUÉ GRANDE, ANDRÉS !!
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