El viejo y fiero invierno se estremece entre dolores pretéritos de la caducidad. Será una desaparición lenta y a cachos, a esos sobresaltos de pervivencia que le otorgará su benévola estación amiga de la primavera.
Y el niño de la primavera es abril. Un abril tímido y quasi esotérico, obediente, cíclico como todo, blanco y lleno de luz. Abril se amparará en la botánica y en el deseo para ir dejándose notar. Es un mes sensible y delicado, solo al alcance de las pieles inconformistas de las personas que no apuestan por el estruendoso colorido mayo de la eclosión de las flores, tan vistosas y mediáticas.
Abril es un mes quedo y discreto. Y a la vez contiene la fórmula y la esencia de la vida que reaparece y se renueva admirativamente. Es el mes de la básica vital, de las estructuras, de los amagos y de la firmeza.
La fuerza de abril reside en la aparición de los cambios. Esos brotes que se aprecian en los árboles y en las plantas tienen una fuerza revolucionaria, explosiva, necesaria y definitiva.
Abril pasará por el viento, y por el fresco potente, y por la lluvia acaso persistente, o por la sequía, pero tendrá a la luz y a la lucidez como su gran motor y su gran sentido.
Es un mes de repente. Es una fuerza de sangre interna que traspasa lo ideado para ir haciéndose patente y hermosa. Nada ha muerto. Las plantas aburridas de la estación anterior solo están esperando su exitoso y paritorio momento del alumbrar.
Abril es crecer, perseguir vida nueva, cantera de retos, miradas intersexuales que llevan al encuentro del uno y del amor. Abril es la cópula indefectible del primer beso, del primer atreverse a tocarse, de juguetear con las distancias y de disponerse a la relación compartida y fructífera.
En abril todo ya se está potenciando y moviéndose. Las ramas crecen en riqueza nueva, y desde esa fuerza de la novedad comienzan a rehacer y rellenar las formas compactas de los árboles de la hoja caduca que machacó y destruyó el frío.
Para seguir creciendo, ha de tenerse esa base prudente y decidida de la audacia cambiante. Porque es un mes de muda, variado, caprichoso, absolutamente inseguro e inesperado, imposible de descifrar y de definir plenamente.
Abril es cuerpo y alma, pero sobre todo, es proceso. Abril es un camino de dirección natural. Es el puente que lleva desde el frío, camino del calor desde la luz creciente.
La luz natural es abril. Donde todo se va alargando. Donde te moderas, donde tomas tus precauciones necesarias antes de lanzarte a la gran excursión del amor y la vida.
Abril es salir. Rebrotar desde la noche hacia la normalidad de todos los sueños. Abril es un mes joyita o haiku japonés, un mes poesía engañosa porque en sus rimas está toda la dinamita del placer y del nutriente definitivo.
Y las chicas se ponen con precaución sus medias favorecedoras que hacen de su piel una preciosa liberación y lucimiento. Una mujer en abril es otra cosa. Es el atractivo imparable de la belleza, como de la misma forma son las alas del gimnasio de un cuerpo de varón.
Abril es mi mes preferido porque se adelanta a su tiempo aparentemente. Es primavera con olor a azahar y a invierno inestable, y a chico revoltoso en busca de la adolescencia del no se sabe qué. Abril es la necesaria austeridad y la precisa ansiedad virginal de un tiempo de vértigo deportivo e incertidumbre. Porque siempre es delicado que crezcan los huesos y que la ropa se torne inservible. Abril crece imparable hacia la suave y certera lógica de la verdad. Hacia los ojos grandes y tu boca en flor.
-DELICADA-
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