Reconozco que esto de los rallyes siempre me ha parecido un refugio de señoritos adinerados, contentos con su status social, y hasta fuera de las auténticas realidades.
Todo deporte no deja de ser una frivolidad hinchada en tiempos de guerras larvadas, y de grandes escapes emocionales.
¿Qué es eso de los rallyes? Parece un tanto frivolón. Unos señores apalabran unos tramos de carreteras difíciles, hacen la organización, invierten unos dineros, y allá que van con sus motores de los locos cacharros a jugarse el pellejo en cada curva u obstáculo. Como el Rallye Dakar, seguramente el más carismático y salvaje que se puede encontrar.
Recuerdo aquellos años ochenta, con José María García en la radio. El "butanito" era todo un fan de alguien que destacaba y ganaba. Se llamaba y se llama Carlos Sainz y es de Madrid.
Carlos Sainz,-que tiene un vástago más que prometedor en el circo de la Formula 1-, es calmo y pausado. Tenía a su lado al gallego Luis Moya, y en una ocasión perdió un campeonato del mundo cuando su coche se quedo clavado a un centenar de metros de la línea de meta con todo a favor para ganar aquel mundial.
España se llenó de chistes y chascarrillos con aquella frase de acento acusado gallego: "¡Carlos, por dios! ¡Arráncalo! ¡Por dios, Carlos!" ...
Pero Carlos Sainz ya llevaba la seriedad en su gen más allá de que fuese un pijo de familia bien. Carlos Sainz era el Angel Nieto de los rallyes. Un español sin apenas referencias que los potentísimos dakarianos Salvador Servià o Jordi Arcaròns. Poco más. Todo un pionero del asfalto complicado y de un tremendo riesgo.
Carlos Sainz se consagró y calló todas las bocas. Longevo, atractivo, elegante, y sin embargo con un espíritu de aventurero impropio de un tipo de su posición. Le encantaba lo que hacía sobre ruedas, y uno de sus mayores activos era su serenidad ante las adversidades. Y su contumacia. Pasaban los años,y Carlos Sainz seguía y seguía ahí en todo lo alto.
Me ganó. Ha demostrado con creces que es un as español del deporte a nivel mundial. Ni deporte ajeno de señoritos, ni gaitas. Ese deporte loco que hace, es durísimo y hay mucha gente que se ha dejado los huesos y hasta la vida en esos tramos de carreteras y en los desiertos de los circuitos.
Ya todo un veterano. Cincuenta y cinco años, y gana por segunda vez el Dakar. No pueden haber nunca críticas. Ya hace mucho tiempo que se consagró. Los rallyes esos nunca serán mi deporte favorito, pero nada cambia. Porque Carlos Sainz es uno de los mejores deportistas españoles y mundiales de la Historia. Un maestro de la aventura sobre ruedas. Un tipo tranquilo y singular que se ha subido a sus potentes coches y ha logrado unos éxitos extraordinarios.
El mejor. El gran padre carismático de todo este negocio durísimo de sponsors y ventas. Más allá de ese márketing de motores y prototipos, se esconde un espíritu puro de competición y victoria. Más allá de las apariencias iniciales, hay una maravillosa locura necesaria que hace que el tren de los deportes nunca se detenga.
El deporte tiene el lugar que tiene. Aunque suene a redundancia. Y en este marco o sector de los rallyes yo me quito el sombrero ante el gran Carlos Sainz. Son demasiados años jugándose el pellejo ganador como lo hacen los valientes serenos y afortunados. Se retire o no Carlos Sainz, ¡chapeau!
¡ENORME CAMPEÓN!
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