Su mirada es lenta y amable a un tiempo. Paco está sentado en la silla de la habitación de un hospital para crónicos. Sabe que soy yo, que le cuido a ratos, que le acompaño en ese su otoño personal que no huele a optimismo, está como medio atontado y hábilmente paciente mientras apenas me habla y tengo que ser yo el que tire una y otra vez de su mutismo, sabe lo que le espera porque ya depende plenamente de los otros; Paco sabe mucho más de la cuenta de lo que se cree o puede creer.
Es suave, dulce, guapo, mayor, rubicundo, educado, sabe estar, no cree en el mundo de hoy, y sencillamente nunca esperaba tan pronto su decrepitud. Paco es ahora otoño de la hoja amarillenta que cae, ya no se tiene en pie, y me hace cara somnolienta mientras yo le doy la tabarra con mis cosas de amateur acompañante.
Sí. Paco es la viva estampa del otoño y del ocaso de quien fue. Pero no ha dicho su última palabra. Ahora, está estratega, porque valora su situación y no ve nada claros sus próximos meses o sus próximos tiempos.
Yo prefiero a Paco dando hiriente e irónica batalla dialéctica con su mujer. Me gustaba más cuando sacaba toda su real mala baba de siempre y apuntillaba sus asertos. Cuando era tiernamente cabroncete y poco amante de la vana impostura.
Yo creo que Paco finge entre sedantes. Ha decidido ahora que sea la inercia de los otros quien le sitúe en su futuro indeseado. Paco hace tiempo que me dijo que no quería seguir viviendo, y yo le comprendo perfectamente. Por eso me esfuerzo para quitarle de la cabeza la idea negra y fatal. Aunque tenga argumentos, mi misión como voluntario es regateárselos y distraerlo con mis ocurrencias. Y que cuando quiera darse cuenta, ya sea la hora de la comida, de la cena o del dormir nocturno.
No debo llevarme sus penas a mi casa, sino estar apto en el escenario de su realidad. Paco tiene mucha energía emocional, lo fue todo para su familia, el motor del equipo familiar, sigue teniendo mucha fuerza de cintura para arriba, y una cabeza que le lagunea sus ideas pero que no las seca.
Me gustaría que Paco se siguiera cagando en todo. Porque le aprecio. Y supongo que su actual aspecto envejecido y estupefacto, se romperá positivamente cuando llegue a su casa. Paco nunca será un obediente sino un valiente activo y hasta acelerado. Me gustaría que golpeara con contundencia su mesa,-como de habitual-, y que pusiera inquieto a su derredor más cercano.
Porque Paco finge un tiempo. Es cauteloso hasta la saciedad, se sabe ahora incapaz de plantar batalla, y cuando me ve, mira hacia abajo porque sabe que le conozco y que a mí no me la va a dar con queso. Nos conocemos los dos más que bien. Un año y medio no pasa en balde. Ha habido mucho tiempo para entrar en su mundo y él en el mío.
Si en casa puede estar,-lo van a intentar nuevamente a pesar de que sus piernas le han dicho adiós-, estoy seguro de que a Paco se le irán las sedaciones y volverá a mostrar su potente parcela de poder. Es un padrazo, e intuyo que a mí me ve más como a un sobrino que como a un acompañante desinteresado.
Le soy voluntario porque me acepta y valora. Y porque si hubiesen dudas, hay anécdotas que certifican la cercanía. Acerco mi mano a la suya, y entonces Paco me la aprieta con fuerza y con otra de sus manos me cierra los huesos para quitarme la capacidad de pulso y reacción. Jugamos a esa complicidad.
Eso no estaba cuando le vi por vez primera. Ni pienso cambiarle, sino compartir unas horas de su otoño pactado. Cada vez hablaremos menos, seguramente. Cada vez, será otro. Pero yo espero que no pierda su esencia contestataria. Si lo hace, ya no será Paco sino un mero recuerdo de su verdad.
-ASPIRO A ESA COMBATIVIDAD-
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