Me pongo a escribir sobre este triste monográfico en la actualidad. Me siento triste. No quiero que mis hermanos catalanes se independicen de mi país. Siento angustia y una zozobrante sorpresa. Desde que nací, Cataluña había sido también España, y aún lo es, y solo el conflicto vasco con la terrible ETA, me insinuaba la posibilidad de una separación territorial.
España es un país muy difícil de gobernar. Lo componen diferentes pueblos, algunos de ellos con lenguas diferenciadas y señas de identidad distintas. Las llamadas nacionalidades históricas: Cataluña, País Vasco y Galicia.
Las porras. Aunque ya había lío larvado, a consecuencia de una política de Mariano Rajoy faltando el respeto a Cataluña de modo progresivo y a través de sus enmiendas "manos tijeras" en el Tribunal Constitucional, las cosas y las rivalidades se iban manteniendo estables.
El primero de Octubre de 2017, marcó una tremenda herida fraccionadora, que tensó las cosas de un modo tremendo. El separatista President Puigdemont convocó un referéndum ilegal, Rajoy erró en la estrategia y optó por la represión sin miramientos.
Juegos al gato y al ratón. Sangre de porrazo. El caos. Unos intentando votar ilegalmente, y la Policía y la Guardia Civil entrando a saco a parar dichas votaciones. Los Mossos de Escuadra, decidieron prudentemente dejar hacer y se apartaron.
Muchas heridas. Actuaciones policiales contundentes. Con toda dureza. Aunque yo creo que no fueron las heridas físicas lo que más rabia causó en una ciudadanía catalana y general, asombrada. Lo que mas jodió fue ver la soltura de la Guardia Civil y de la Policía, actuando allí en sus calles, plazas, lugares históricos, su desparpajo y su desconsideración. Esa sensación de ser capada su libertad e invadidos sus movimientos, se constituyó en la potenciación de un odio brutal que espoleó siempre hacia adelante en busca de la protesta contundente y del grito. Las calles no se tocan.
Fue un impacto mucho más emocional que físico, aunque hubiesen centenares de heridos por los porrazos y el caos. Esa sensación de límite y de odio desconcertante, precipitó las cosas. Y la gente, herida de corazón sorprendido, se enfrentó a los Cuerpos de Seguridad, y nunca dejó el ágora gritando: ¡Independencia! ...
La estrategia de Rajoy fue una gran cagada histórica. No era conveniente lo que se hizo. Se debía haberles dejado votar, declarar nulas las votaciones, y no dar ni un solo porrazo. Si así hubiese sido, los independentistas hubiesen tenido las cosas mucho más difíciles de lo que ahora las tienen. El odio ha crecido como un hongo gigantesco, legitimándose a sí mismo desde el victimismo, la desazón y la idea de marchar hacia adelante sin importar los porqués o las inoportunas y fallidas porras.
Jamás. Nunca. Nunca una cuestión política se resuelve a golpe de mandoble. No. Los conflictos delicados y en general solo se pueden resolver con toda la paciencia, con comprensión y respeto mutuo de las partes afectadas, y con frialdad. Con toda la mayor frialdad posible.
Porque los nacionalismos siempre son emoción. El español, el catalán, el chino, el ruso o el yankee. Y frente a esos movimientos de hormona política, solo cabe el hacer codos y el mostrar afecto y buena disposición.
No se acabará el mundo si Cataluña se separa. Pero a mí, me dolería. No creo en las fronteras, ni en las banderas, ni en las patrias, ni en las separaciones. Solo creo en el bienestar y en la fraternidad. Por eso quiero que mis amigos y hermanos catalanes no se alejen. Deseo que sigan junto a mí, conmigo, sin malas caras y queriendo seguir en la Unión Española.
Les admiro, les envidio su practicidad y vanguardia, son laboriosos y productivos, aportan mucho humanismo y cultura, su riqueza suma y añade mucho a ellos mismos y al conjunto de España. Si se van, me afligiré mucho. Y echaré de menos el tiempo que han estado y están con nosotros. Es un pueblo tan admirable como todos los demás pueblos de aquí.
-AHORA NO ME SIENTO BIEN-
1 comentarios:
Que se vayan a la mierda, Mago.
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