viernes, 30 de junio de 2017

- JULIO COMIENZA CON EL TOUR 2017. -



Anuncian en esta ocasión las etapas un Tour rarete, con puertacos previos pero que no serán finales de carrera. Es igual. El Tour à France es un icono y un carisma en el verano del ciclismo. La gran catedral en donde los esforzados de la ruta triunfan o se hacen añicos.
Esa es la grandeza del Tour y de este duro deporte, en los últimos tiempos marcado con el dedo de la lacra del dopaje.
En las sobremesas españolas, tras la comida y el calor achicharrante, los españoles lucharemos contra la modorra de la siesta admirados por el verde relajante y hermoso de la geografía francesa.
Serán tres semanas de pugnas, de fuerzas y de estrategias. El favorito siempre suele ser Chris Froome, y más cuando parece que sus rivales más directos ofrecen dudas. El británico flaco y heterodoxo sobre la bici, parece crecerse ante su prueba exitosa. Es frío, completo, calculador, resistente, práctico y ganador.
Nairo Quintana no estuvo bien en el Giro de Italia. Le faltó un punto de chispa para demoler al holandés Dumoulin. Nairo es calmo, a veces exasperante, extremadamente cauteloso, lee muy bien las situaciones en carrera, pero al final lo que valen y cuentan son las fuerzas. A su favor tiene la experiencia de muchos años y victorias en las grandes competiciones por etapas y el respeto general, y su ambición pasa por coronarse en les Champes Elysées. Nunca ha ganado el Tour, y debe intentar apresurarse a hacerlo.
Nuestro Alberto Contador lleva diez años sin ganar la grand boucle. Diez años parecen una nostalgia más que una aspiración. Semeja que aquel terrible mazazo de la sanción del presunto clembuterol le hirió con potencia en inoportunos momentos. Contador ha ganado todo precozmente. Ha sido el mejor. Y el más espectacular escalador. Pero los años, las caídas,las dudas, la dureza, y el tiempo transcurrido, no le convierten en mi opinión en un aspirante definitivo a la victoria. El Tour es gigante y cruel. Es regularidad, recuperación y convicción. Alberto no debe mirar hacia atrás cuando ataca. Ojalá nos sorprenda gratamente a todos, como recientemente Nadal, y la líe entre las montañas bellísimas desmontando a sus rivales. Lo merece su simpatía y calidad.
Richie Porte, Bardet, Aru, y todos los demás segundos espadas aspirantes al podio parisino, deberán intentar subir un escalón más o seguirán siendo más ilusión que realidad.
Me gusta el Tour porque no tiene escrúpulos. Porque en su seno aparecen caídas, emboscadas, aguaceros, ventarrones, descensos, pájaras y todo tipo de situaciones límite, las cuales estos valientes atletas no pueden eludir.
El Tour es una aventura icónica y televisiva, un hablar en verano de un deporte que ninguneamos el resto del año y que alcanza su gloria en el Izoard o en el Tourmalet. ¡O en las contrarrelojes! ...
El Tour es escuchar la simpatía de Perico en su estudio de televisión, o a Ángel de Andrés gritar un ataque súbito, ver cómo la gente de vacaciones toma las montañas junto a las laderas, y con sus banderas y hasta exotismos empuja y hasta pone en riesgo sin querer la integridad física de sus ídolos con la imagen y noticia en vivo.
El Tour es brillo y paciencia, constancia y regularidad, Eddy Merckx o Anquetil, Hinault u Ocaña, Induráin o Pantani, mítica y periódicos que secan tras la subida a un coloso del Macizo Central. El Tour da miedo a los aburguesados del poco esfuerzo, y es trampolín paparazzi para aquellos valientes sin opciones que tienen a la larga escapada en solitario como principal y hasta única aliada para su sonrisa puntual.
¡DISFRUTEMOS EL TOUR QUE LLEGA!

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