Alta y corpulenta, atractiva y especial. Soltera y de pueblo. De un pueblo que no aguanta, que no soporta, del que trata de huír lo más lejos posible. Intelectual, prepotente, desconfiada y eogísta. Trabajadora e insatisfecha. Profundamente insatisfecha.
Vincenza tiene genio y carácter. Es contradictoria y en extremo mal educada. Es profesora y avocacional en el pueblo más lejano de donde mora su raíz, y cree que solo en otros sitios muy distantes y diferentes puede haber substancia y estímulo. Nunca en el mundo que ha pisado y que cree conocer al dedillo.
Un día vino a mi y me di cuenta de que estaba llena de máscaras. Vincenza nunca se despeinaba ni para estornudar, me regaló unos escritos suyos de cuando era una jovenzuela con complejos y me empezó a recomendar libros y más libros de autores que relativizaban en sus obras los fracasos de la sociedad en la que vivimos.
Me empezó a extrañar que la brillante e intelectual Vincenza estuviese tan rematadamente sola, y más todavía cómo era capaz de sufrir en esa soledad que ella misma se labraba con su actitud.
Pero Vincenza no parece conocer el atrás. No puede estarse quieta y ha hecho de su excesiva libertad, bandera triste de personalidad.
Ella quiere ser moderna, apartarse de todos los convencionalismos, defender casi con tiranía los tiempos y las situaciones, le encanta que la adules y satisfagas desde la impostura elegante, y le toca la nariz que le preguntes cosas directas suyas aunque sea con el noble propósito de romperle el hielo a su extraño esoterismo en el que se envuelve y sobre el que alardea.
Vincenza no solo es que maniobra por detrás, sino que se ufana de ello y se autosatisface la autoridad.
Es mucho más frágil de lo que desea aparentar Vincenza. Sencillamente, porque es un ser humano como los demás, y los seres humanos como los demás tienen altibajos, subidones y días tristes. Pero ella presume de linealidad porque se niega a doblar la rodilla hacia sí misma.
Pantalones largos, tics de ruralota, mirada astuta de labradora universitaria, lectora empedernida, buscadora incesante de historias que nunca admitirá, leedora de mentes, manipuladora y nada complaciente.
Cuando le sacas,-casi atracas-, a Vincenza una sonrisa y hasta un esqueje de risa, es que has tenido un día afortunado. Y entonces la mujer se siente sorprendida en su pose y hasta puede ruborizarse tirando por tierra tabúes y prejuicios. Y cuando bebe algo de vino para relajarse,-raramente lo hace-, entonces su desinhibición la vuelve humana y se le puede escapar algún comentario en donde traduce la carnalidad por el término biología.
La intimidad de Vincenza no se aborda jamás. Nunca. Vincenza es una muralla pétrea que ni siquiera cree en los follamigos y que considera que el amor es una loca y real estupidez.
Hace tiempo que no miro a Vincenza. Ni ella a mi. Pero cuando lo hacía, me daba la impresión de que todo lo que deseaba se lo estaba negando en un acto paradójico con ribetes de insólito.
Vincenza es de ciclos y sin avisar. De manías. Un día se fue a la francesa, sin despedirse, sin argumentar su distancia, sin sentido aparente, sin lógica, sin savoir faire, y por supuesto sin clase.
Huyó a su eterno egoísmo insatisfecho, y ya cierra los oídos y pasa la página sin desear escuchar. Marca estigmas y prejuicios, y liba y chupará la sangre de otros confiados que vean en Vincenza una buena excusa para el relax apresurado a la inane cháchara intelectual. Serán sus amigos hasta que la conozcan un poco más en profundidad.
-CREE QUERERSE A SÍ MISMA-
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