Historia de la tele. De la televisión familiar que ya apenas existe. De cuando los periodistas eran más cercanos a los espectadores. De cuando el periodismo podía ser más rigor y más reconocimiento y personalidad. Sin apenas bustos parlantes.
Una chica en el extranjero. Una chica periodista y corresponsal. Una pionera,-como todas las mujeres de su tiempo-, que abrieron vías y caminos. Paloma Gómez Borrero era muy querida y respetada. Católica, casada con un italiano, escritora, y finalmente la periodista y mujer especializada en temas religiosos. La periodista del Papa. Sonriente, tradicional, de derechas, a lo suyo y sin estruendos. Una capacidad de trabajo extraordinaria, entre otras cosas porque siendo mujer solo podría llegarse arriba practicando el fondismo journaliste. Omnipresente, educada, exquisita, sin aspavientos y con su liturgia. A su modo esperado.
Paloma representó a un tiempo que ya se va. Porque en mitad de su vida las mujeres españolas empezaron a cambiar, y a no seguir las normas establecidas, y a buscar un futuro muy diferente al tradicional.
Paloma, no. Paloma fue poco amante de los cambios. Su religión la llevó a un mundo determinado y conservador. Pisó todos los platós de radios y televisiones, y pocas cosas podían sorprenderla. Su experiencia arrolladora fue acompañada por su pasión por su profesión. Se alegró mucho cuando decidió que El Vaticano sería su referencia informativa. Fueron casi todos los años de su vida y periodismo en la sede del Papa. Experta vaticanista, y las cosas que nunca contó y que nos quedaremos siempre por conocer. Porque esos eran los pactos de esta madrileña italoespañola y profundamente religiosa y alegre. De las cosas de Dios y de Paloma. Para sus cuidados hacia sus espectadores que la miraban con seguidismo y simpatía.
Era otra sociedad, y otro contexto, y otro mundo, y todo un gran cacho de historia de nuestra televisión. En el medio de esa historia española y televisiva, está sita Paloma. Imprescindible para el conocimiento de la evolución social en mi país.
Paloma tenía esa cosa azarosa que se llama, carisma. Admirada por unos y tolerada por quienes no creían en sus asuntos religiosos, la Borrero fue una referencia de un país en transición y en cambio permanentes. Nos habló desde la Ciudad del Vaticano y Roma de Pablo VI, de Albino Luciani el breve, y se consagró con su Papa más cercano como fue el polaco y mediático Juan Pablo II, el gran Papa viajero y de la tele.
Paloma fue una chica educada," que se portaba bien", seguidista y viajera, vital y presente. Representó un papel que la mujer ya va rechazando, y se ubicó en la tradición con soltura, profusión y personalidad acusada.
Defendió sus ideas sin levantar la voz, cuando se alteraba aterrizaba con una sonrisa de desdramatización,y siempre usó una música suave y coral, femenina y sin percusión. Fuerte y delicada a un tiempo, fue la "supermonja" popular y vaticanista que salía en la televisión y nos hablaba de misas y de ritos papales. Y con una enorme notoriedad y longevidad.
Paloma G. Borrero lo vivió todo. Pasó todas mis fases de televidente judeocristiano. Y ya posicionado en mi ateísmo, siempre la respeté y respeté su personalidad y su mérito para destacar.
Fue la religión ancestral en la tele con sonrisa de mujer, y gran cariño general. Por eso me ha impactado que se haya ido a su Cielo. No me esperaba ni me gustan nunca las ausencias. Ni en televisión. Pero nunca somos eternos y ha fallecido con ochenta y dos años. Ahí quedan sus libros, sus vídeos de la tele, su fe, su amor vaticanista y sus señas de identidad. Lo mejor de ella fue su popularidad y su capacidad serena y cuidada para presentarse ante sus teleespectadores y oyentes. Su estilo amable.
-DESCANSE EN PAZ-
0 comentarios:
Publicar un comentario