El calor de la primavera rompe al invierno y se asienta sobre mi Valencia. La gente sale a la calle. Van dejando en casa los coches, y la ciudad se llena de neopaseantes insólitos que marchan tranquilos dependiendo de la edad, a contemplar uno de los eventos más masivos y luminosamente espectaculares de las fiestas falleras: La "mascletà".
Muchedumbres en manga corta, energía que procede de la juventud y de esa magia que es la masa atrayente y hasta esotérica. Chicas que se ponen vestidos informales para lucir body, jóvenes desinhibidos que hablan y actúan con decisión y sin complejos. Gente mayor que ama las Fallas y que nunca dejará de hacerlo.
Todos los días a las dos de la tarde. El incomparable marco de la plaza mayor que es la del Ayuntamiento, la pólvora servida, y la cita más que esperada y espontánea. Más energía y pasión. La ciudad parece paralizarse al reclamo del gran ruido bestial que se prolongará durante cinco minutos terremóticos y tradicionales. La pólvora convertirá a Valencia en un enorme concierto de percusión, y el turismo que ya llega se quedará impresionado. ¡Qué manera de ir tan masivamente a escuchar a una tremenda sinfonía de decibelios! En toda la ciudad pueden escucharse las explosiones procedentes de los masclèts. Le prestemos o no atención, se va a oír siempre. ¡La mascletà!
El Buda y el sonido del silencio. El yoga y la quietud. Siddharta Gautama no podia ser valenciano. Ne pas posible. Now. Los valencianos somos hijos de huertanos exagerados y ruidosos, labradores de gen, pasotas, y con una especial e imparable idea de la fiesta. Nunca seremos demasiado elegantes o venecianos, pero sí leales y aprovechadores del buen vivir. Quizás por eso se inventó el ruído y la pólvora. Por eso necesitamos exclamar un "sí, collons", o ser vehementes y exagerados. Somos simpáticos y nada parece sorprendernos, y a veces cuando algo nos desconcierta nos entra la risa.
La luz es nuestra. Todos los caminos parecen conducir al peregrinaje un tanto arriesgado de la "mascletà". Nos gustan las películas de acción, y las explosiones son efectos especiales y contundentes de nuestros sueños.
La "mascletà". Cada vez más turistas foráneos desean introducirse en este nuestro enigma del ruído, y vivir el tímpano temeroso y los amagos de huír de ahí porque eso es inaguantable. Pero a la vez la masa sigue ahí mismo, como si nada, admirativamente, comme il faut, con todo previsto, con toda la expectación en vena, y entonces en el terremoto final de los disparos de fiesta la adrenalina se mueve por muchos sentimientos personales y siempre absolutamente contradictorios.
Y al acabar este acto ahora imprescindible, la gente prorrumpe en una tremenda ovación que siempre te deja entre pensativo y descolocado. El pirotécnico correspondiente es subido a hombros por los miembros de su empresa y sube al gran balcón de las primeras autoridades valencianas como lo hace un torero triunfador. Él y solo él o élla, les han dado el gustazo berlanguiano de la emblemática mascletà.
- "Senyor pirotècnic, ¡pot començar la mascletà! " ...
Minutos antes, unos cinco, la Fallera Mayor de valencia había dado la consigna y el visto bueno. Y prendido el fuego sobre la pólvora, todo lo demás será una tremenda orgía de calor, masa y consenso.
Cinco minutos más que eléctricos, sociales, unidos, de tregua entre clases, de pactos, en donde los carteristas y descuideros harán de las suyas, en donde los chicos protegerán a sus chicas con amor, y en donde Valencia se paralizará como culto a la explosión amiga que desde cuando yo nací y mucho más allá de que la diñe tiene lugar.
La "mascletà" es un evento fundamentalmente para jóvenes y fans de todas las edades, falleros, tradicionalistas, de hoy, de ayer, y del tiempo que uno imagine. Un sello social propio que nos da demografía de ocio aglutinado y de descanso sin descansar, hedonismo y decisión, sello propio y distintivo. Por eso las Fallas son tan internacionales.
-PORQUE SON EN EL FONDO INESPERADAS-
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