viernes, 12 de noviembre de 2021

- AQUELLA TARDE DE OTOÑO. -



Ya la tarde se comía las luces del día. El sol se rendía ante el avance ineludible del tiempo. El tiempo es implacable. El viento, era el hilo musical y desagradable de esa tarde. Molesto y despeinapelos, húmedo y penetrante; anunciador de nuevos cambios. Y llegaron unas nubes sin agua pero con amenaza.

Me refugié en la biblioteca. Tú también habías permanecido sentada en uno de los banquitos del jardín coqueto exterior que rodea al museo de los libros. Rubia, alta, delgada, con pelo largo, y aspecto tan juvenil que podías tener cualquier edad que atraías igual.

Una vez dentro de la biblioteca tomé un libro, traté de no pensar en tí, y me concentré en un volumen de Juan José Millás. Era un relato de dos amores imposibles. Quizás como tú y yo ...

De repente alcé la mirada y te vi. Estabas a dos mesas máximo de la que yo me había sentado. Volví a mirar, y va y entonces me sonreíste. Y yo me quedé gratamente sorprendido por tu gesto expresivo y amable. Y traté de seguir leyendo al maestro Millás. Lo que pasa es que estaba tan pensando en tí que me era imposible concentrarme en la lectura.

Dejé mis cosas sobre una de las mesas, y bajé a la cafetería de la biblioteca. Al pasar por tu lado, noté que hacías ademán de imitarme y de levantarte igualmente. Mas no fue eso. Lo que hiciste fue hacer un amago. Y como llevabas una falda corta a pesar del fresco, pude ver tus piernas largas, suaves y depiladas. Y de soslayo me lanzaste una nueva sonrisa.

Pedí un café al camarero del bar de la biblioteca. Me senté. Habían dos sillas junto a una mesa, y yo ocupé una de ellas. Y a los pocos minutos apareciste tú. Y me preguntaste si podías ocupar la silla que estaba enfrente de mí. Asentí, y tú volviste a sonreirme. Y me diste las gracias, y sin preguntarte nada te dirigiste a mí y me dijiste que te llamabas Esther. Yo, te dije mi nombre, y que estaba acabando mi carrera de Derecho. Y tú me dijiste que ya eras abogada, y que incluso dabas clases particulares de Penal. 

Tendrías unos pocos años más que yo, y en tus manos no vi anillos ni alianzas. Y me confiaste que eras una chica poco convencional y muy heterodoxa, y charlamos y charlamos mucho más.

- "¿Sabes, Esther? No me apetece hoy leer. ¿Damos un paseo?, ¿te apetece? ..."

- "¡Oh, sí! Ja,ja,ja ... Pero deberemos buscar un sitio donde no dé este viento tan molesto, ¿no crees? ..."

Y ante mi sorpresa y cuando llevábamos quinientos metros paseando, hiciste un gesto y me diste una palmada en el hombro. Y luego, comenzaste a reír como una adolescente que quiere ser ya mujer.

Entramos en un pub. Fue una apasionante tarde otoñal. Me contaste muchas cosas de tí. Que no estabas separada, que no creías en el matrimonio, y que te habías casado por comodidad social y un poco por amor, que te gustaban los hombres un poco más jóvenes, y que cuando veías a uno como yo, pues no dudabas. Pero que solo eso. Charlar. La fidelidad era prioritaria en tí.

Yo, estaba en el medio de una aventura especial y positiva. Tenías unas confirmadas piernas de escándalo. Eras culta, decidida, educada, y embrujadoramente especial.

Me dijiste que no me ibas a dar el teléfono, que gozara del presente, que no me hiciera ilusiones, y que podía irme de allí cuando quisiera. Esa franqueza me gustó. Y en un momento, me levanté y me despedí. Nunca más te volví a ver.

-LO SABE EL OTOÑO-
 

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