lunes, 11 de octubre de 2021

- LA FIMOSIS. -



¿Cuarenta años? No. Yo no tenía aún cuarenta años, pero bien pocos me faltaban para alcanzar dicha edad. Me había pasado demasiadas décadas en el desierto de mi salud. Trabajándola. Y poco a poco, comenzaba a obtener los frutos deseados de mi autoestima de superviviente. Creo que es el mejor epíteto que puede definirme. El de la supervivencia ...

¿Mujeres? Eso estaba bien para el soñar y para la pulsión de una condicionada autosatisfacción. Poco a poco, decidí tomar mi decisión. Y me fui al médico del ambulatorio de la Seguridad Social.

Mi madre, parecía tenerme en mis manos. Tenía en su poder hasta mi tarjeta sanitaria. Gran parte a causa de su afán posesivo, y gran parte parte por mi delegación, desorden y dejadez. Yo seguía creciendo a pesar del estigma de los otros.

- "Pero, hijo. ¿Por qué quieres ir al médico?, ¿te encuentras mal? ..."

- "No, mamá. No tiene ninguna importancia ..."

- "Entonces, es que estás engañando a tu madre. Y éso, no debes hacérmelo jamás, hijo ..."

Comenzó a hacer amagos de ponerse a llorar mientras no quitaba sus ojos de mí.

- "¿Dónde está la tarjeta sanitaria, mamá? ..."

- "No lo sé. Hasta que no me digas qué es ..."

- "Vale".

No le dije nada. Esperé a que se durmiera esa noche. Entré en su cuarto, y busqué y busqué con terror entre los cajones de su anuncio. Fueron momentos duros. Pero finalmente, me hice con dicha tarjeta sanitaria sin que ella se diese cuenta. Y al día siguiente, ya estaba en el médico. Cogí cita, y el médico me mandó al especialista, el cual refrendó lo que me ocurría. Tenía fimosis. Me exploró, y me incluyó en la lista de espera para que me llamaran del Hospital para intervenirme.

Mi madre, nunca se dio por vencida. Me atacó por todos los flancos. Desconcertada, temerosa, rabiosa y extraña. Hasta que al final se lo dije:

- "Mamá. He ido al médico porque me tienen que hacer una cosa en la chufa ..."

- "¿Qué dices de la chufa, guarro? ..."

La "chufa", es la expresión coloquial y hasta tradicional con la que denominamos por mis tierras al pene.

- "No es nada grave, mamá. No te preocupes ..."

-"¿Que no me preocupe, marrano?, ¿te tocas la chufa?, ¿eres capaz de eso, pedazo de cochino? ..."

No respondí y me retiré. Pero mi madre no paró de faltarme al respeto y de lanzarme invectivas durante meses. Porque yo para ella, no es que no tuviese derecho a crecer, sino que interpretaba los cambios como una forma de distancia en su inseguridad más que patológica. Que yo creciera y mejorase mi salud, era y se constituía en un panorama de zozobra para ella. Yo debía ser eternamente un chico sin crecer. No podría ser hombre desarrollado, jamás. La sexualidad era mucho más que un tabú. Mi madre no recibía placer. Había decidido dormir en otra cama distinta, alejándose de la de mi padre. Aquello, había precipitado el enfriamiento de la relación de ambos. Y hasta ahí puedo leer.

Otra de las cosas que nunca se me olvidarán,-aparte de la tremenda vergüenza que pasé en mis visitas al médico-, fue la mirada de las diferentes enfermeras. Una tras otra se quedaban alucinadas al verificar mi edad a la hora de ser conocedoras de mi pretensión conseguida de intervenirme de fimosis, bien cerca de los cuarenta años. Había muchísima burla, miradas maliciosas, despreciativas, sorpresivas, y mil etcéteras. Pensarían de todo sobre mí. Pero, evidentemente, poco podrían sospechar acerca del qué hubiera podido suceder para que yo hubiese dejado transcurrir tanto tiempo para la solicitud de la intervención susodicha. Incluso os aseguro que en cierta ocasión, una enfermera con cara de vinagre me llegó a decir que a mi edad eso ya estaba de más, que no me operara, que para qué, y que ahora ya no tenía sentido todo éso ...

Os juro que no me invento nada. La sexualidad y la sociedad judeocristiana iban por un sitio, y las necesidades y realidades, por otra. La sexualidad y la Seguridad Social, tampoco os creáis que hoy en 2021 van demasiado de la mano. Y la Ciencia choca con objetores y con la Iglesia. Y hay mujeres en hospitales de Murcia, que deben viajar a otros lugares  para poder abortar, a pesar de haber logrado todos los derechos constitucionales.

¡La carta! Me llegó la carta. Para la intervención. Fueron meses terroríficos. Porque yo no quería ver a mi madre así. Reprochándome todo, dudando siempre de mí, echándome por los suelos, escupiendo toda su dolorosa frustración de mujer entre enferma y condicionada por los tabúes de ancestro.

- "Mamá. Me operan el día 15 ..."

Mi madre no me escuchó y siguió su camino. Y no tuve más remedio que sujetarla. Porque se iba del lugar.

- "¿Me has oído, mamá? ..."

- "¿Qué quieres, tío cochino? ..."

- "Sí. Me operan la semana que viene. Y alguien debe venir a acompañarme ..."

- "¡Que te acompañe alguna de esas guarras mujeres que te habrán visto la chufa! ¡Conmigo no cuentes, marrano! ¿Está claro? ..."

Lloré, rogué, me sentí plenamente decepcionado, estaba más que asustado, y todas estas cosas. Y pasaban los días, y ella no me decía nada. Y me miraba de reojo, y me lanzaba puyas mientras se lanzaba sobre mí con actitud agresiva, mientras insistía de continuo:

- "¡Marrano! ¡Eso es lo que eres! ¡Un marrano! ..."

Y trataba de ridiculizarme delante de mi hermano, el cual reía y sonreía más que divertido y hasta descojonándose. Mi hermano, hacía tiempo que dominado su ser por nuestra madre, había decidido no crecer y dejarse ir como persona por completo. Y me tenía una envidia brutal al apreciar mi osadía y mis progresos.

Con las primeras luces del día de la intervención, yo me desperté muy temprano. Y me dirigí al cuarto de mi madre.

- "¡Mamá" ¡Por favor! Hoy toca operarme. Se va a hacer la hora y ..."

- "¡Pues no vayas! ..."

- "¡Pero, mamá! ¡Por Dios! ¿No me vas a acompañar? ¿Me vas a dejar realmente tirado? ¡Me cago en la leche! ..."

Mi madre, me miró. Dijo: - "¡Eres un cerdo! Y siempre te has de salir con la tuya, granuja marrano ..."

- "Vamos abajo. Voy a llamar a un taxi y ..."

- "¡De taxi nada, cochino! Vamos a ir en autobús que es más barato. ¿Qué te crees un rico, malperro? ..."

Lo importante se había conseguido. ¡Habría intervención! Fue con anestesia local, y por la noche ya estábamos de nuevo en casa. Esta vez sí que cogimos un taxi. Pero días después, mi madre no me dejó hacer demasiado reposo. Me mandaba a hacer todos los recados que consideraba. Yo, intenté no hacerme daño en aquellos días. Pasado un tiempo, el médico especialista me dio el alta. Mi pene ya estaba bien. Y en mi interior, me sentía más que satisfecho a pesar de todos los peses.

Mi madre siguió a la suya: - "Ahora te vas con todas tus amigas las guarras y te acuestas con todas ellas! Pero si dejas preñada a alguna de ellas, ¡ya te las apañarás! ¡Y además te tiraré de esta casa y no volverás más! ..."

Hace ya algunos años que mi madre faltó. Tras la operación, ya no se volvió a hablar nunca más del tema de la fimosis, en casa. Mi madre debió sentir que se le abría un nuevo flanco de posible pérdida de su filial posesión. Yo, tampoco dije nada. Como para hablar de ello en ese contexto ...

Por cierto, que cada día que pasa la quiero más, al igual que a mi padre. Porque me di cuenta de la tremenda vulnerabilidad que ambos llevaban encima, y aún así habían decidido tener hijos. Algo simple. Gracias a esa decisión, yo estoy aquí, vivo y coleando. Sin segundas.

-"TRAGITERNURA". -
 

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