domingo, 24 de enero de 2021

- NO -



Mi amigo se ha caído al suelo y con todo el equipo. Ha hecho de su habitación su sarcófago, y si alguna vez tenía estímulo ya se le fue.

Más allá de los límites de su habitación, no debe haber nada. Solo la abandona tímidamente cuando le imploramos que camine unos pasos por el pasillo de su casa con el andador. Todo lo demás tiene lugar en su zona terrible de confort y de parada, que es su cuarto. Su gata Puri, lo sabe bien. Yo creo que a veces se extraña de no ver a su dueño, y penetra curiosa en la habitación para dar su felino visto bueno. Mi amigo la ve, pero no le nace acariciarla.

El ictus fue su puntilla. Su vida nunca fue la alfombra roja, sino más bien un extraño infierno. Pero por lo menos, andaba hacia aquí y hacia allá, tomaba los autobuses, de vez en cuando iba a ver las cuentas de la empresa que codirigía, o visitaba a sus amigos los artistas falleros. Por cierto, que cuando llegaban Fallas, había que olvidarse de él. Nunca estaba localizable. Tomaba su cámara de fotos y se recorría una y otra vez todas las calles de la ciudad, y hacía fotos y más fotos de las fiestas falleras y de los monumentos artísticos que se posicionan y plantan por todos los barrios de la ciudad. Y recuerdo igualmente que mi amigo discutía mucho con los conductores de los autobuses urbanos. Ahora veo mejor la perspectiva. En y desde sus trayectos en bus, no consentía errores. En otras palabras: en el itinerario de su vida errática, nadie le iba a existir. Y si existía, ¡se la iba a ganar! Cuando algún pasajero mostraba amago de queja contra el conductor del bus, mi amigo siempre apoyaba a los pasajeros y les decía: - "¿Ése, qué va a decir? ¡Vaya a donde está el lugar y presente una buena queja y ya verá cómo se la carga ese tío! ¡Hágame caso! ..."

Vuelvo al hoy y a su no. El ictus actuó fieramente sobre él. Tiene secuelas en el andar, y en otros puntos clave de su alegría. Pero hay uno, en donde el derrame cerebral se ha cebado, lanzándole algo parecido a bombas de napalm: en sus ganas de hacer cosas. En su deseo de reaccionar. En su capacidad de rehacerse y de no conformarse con su actual situación.

Mi amigo anda tanto por los suelos, que para él lo de la movilidad de las piernas, es secundario. Y se defiende contraatacando como un coronel. Y decide no querer ver. ¿Para qué ver? ..., ¿para qué todo? ...

Lo levantan sobre las once de la mañana. Desayuna. Y, ¡ya está! Ni siquiera mira. No mira a nada en concreto, porque al comprobar que su visión es muy escasa, parece no traerle cuenta la menoridad visual.

Tiene cataratas. Pero en realidad las cataratas es una parte física en sus lesiones o teclas. Su no visión no son las cataratas, sino sus ademanes de haber tirado la toalla para todo. Si se opera de las cataratas y ve mucho mejor, me temo que poco cambiará en su espíritu acomodaticio, dolorido y del no. Porque mi amigo es un no. Su no. El peor de sus enemigos es, su autoorden de no dejarse a sí mismo intentar nada de las cosas.

Soy su amigo desde que éramos adolescentes. Él es inteligente y tiene la carrera de Ciencias Químicas. Y un gran dominio de las matemáticas así como una gran retentiva. Y le sigue apasionando el fútbol como a mí. Es muy inteligente y protector.

Yo, le hablaba antes de su realidad. Monta unos pollos tremendos si le hablo de su verdad. No admite consejos ni sugerencias. Peleé mucho contra su estatismo de derrota y su negatividad. Y lo sigo haciendo. Pero un día me di cuenta de que más allá de sus actitudes casi autodestructivas, mi amigo lo que tiene sobre todas las cosas es un dolor interior infernal. Hay unos vacíos y un sufrimiento en él, que me parece hasta cruel decirle una y otra vez lo que él ya sabe de sobra. Porque él lo sabe perfectamente. Pero tiene tal ceguera emocional,-la cual se la provoca él mismo colocándose las manos delante de sus ojos-, que es mejor no ser demasiado exigente y lógico con él.

De modo que decido hablarle de otras cosas, de entretenerle; de bajar el listón de mis positivas ambiciones. Este hombre ha sufrido mucho, y lo nefasto le ha acompañado siempre. Mi amigo es un no. Y aunque me joda, me hago el sueco y no insisto.

¡MEJOR ASÍ!
 

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