Era en el fondo todo curioso. Conocí a la señora Angelines y a su hija María José, en mi maravilloso Jardín Botánico de Valencia y de mi calle de Quart.
Yo, llevaba en los últimos años a dicho Jardín a mi madre desnortada y olvidada, con la silla de ruedas, y ahí se produjo el inesperado impacto de las simpatías.
Yo, necesitaba más. Y seguramente sigo necesitando más referencias de gente mayor y segura de sus cosas. Y desenfadada, y alegre, y vital, y pícara, y capaz de quitarle drama a las coyunturas, y que me enseñara que nunca las cosas serían para tanto.
Mi madre ya se fue, pero yo seguí acudiendo al Jardín y haciendo la gimnasia de mantenimiento con las ancianas que se reunían de lunes a viernes en el seno botánico, en donde superé el duelo de mi progenitora, y en donde topé con esa maravilla que nos acaba de dejar. Sí. La señora Angelines.
Era de pueblo. Pero nunca tendría un pelo de paleta. Jamás. La señora Angelines tenía siempre los principios bien claros. Sin estudios ni complejidades postmodernas, ni toda esa sofisticación de pijos de gran ciudad en la que nos empeñamos en convertirnos.
La señora Angelines, era la vida. Y castellana vieja. Y esa visión lúcida y longeva, me enamoró. Angelines hablaba claro y alto. Había enviudado y guardado eterno amor. Y tenía bien claras sus cosas familiares. Familiares, y sociales.
Por eso hacía chistes. Y, verdes. Porque la inefable señora Angelines era capaz de hacer ruborizar con sus picantes chistes a cualquiera y de la edad que tuviese. Se sabía muchos chistes. Todos los de Arguiñano. Y en esa sabiduría castellana de Angelines, había algo que siempre se reveló como prioritario. Era la sal del sexo y de la naturalidad en la atracción. ¡No pasa nada porque un hombre y una mujer se gusten, coñe! ...
Quien nos veía a los dos charlando por los codos, miraba entre perplejo y sorprendido. ¿Un aspirante a intelectual, charlando animadamente con una señora muy mayor y sin estudios, y de un pueblo pequeñito de Cuenca? ...
No solo había simpatía. Sino que yo admiraba a la señora Angelines lo claras que tenía las cosas. Era alta y fuerte, de izquierdas, republicana, atea, y todo lo que quieras. Pero no hacía gran ostentación ni alarde de estas cosas. Era tremendamente tolerante y también definitiva, a pesar de haber vivido la barbarie de la Guerra Civil, y asistir a las terribles y crueles situaciones de venganza.
Y esa impotencia, y ese obstáculo y ese dolor, jamás lograron detener a la vitalidad, alegría y practicidad de la señora Angelines. Al revés. Yo creo que todo aquella salvaje penalidad, la llenó de estímulo.
Cuando te dabas cuenta y el ambiente apretaba algo, la señora Angelines se lanzaba a bailar. Al baile. Y tejía con sabiduría aderezos y bordados, que mostraba con humildad y maestría artesanal. Lo había mamado desde el ancestro. Y hasta se hacía con paciencia y constancia su propia ropa de vestir, y daba clases a señoras que mostraban interés por aprender su hermosa tradición.
Sí. La señora Angelines solo era alegría y mil ganas de vivir. Y como sabía que la vida caduca, no la buscases mucho en casa si hacía bueno. Y cuando venía frío peligroso, entonces Angelines recordaba a Valverde de Júcar y calculaba con pleno acierto sus tiempos.
Me impresionó cómo esta mujer aceptaba el paso del tiempo. Y era mejor no irle con quejas, o te mandaba con habilidad a la ignorancia. Para quejas, las suyas ... La señora Angelines siempre supo lo que quería, y su ubicación en el mundo fue antológica.
-UN 10 EN VIVIR-
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