La Copa Davis, ya de niño, me llevó a la escuela del mundo del tenis. Primero, la radio me habló del mito Manolo Santana y de sus heroicidades. Y después, la tele del blanco y negro me hizo idolatrar a Manolo Orantes con su tenis técnico y elegantemente preciso.
La Davis, era una cosa casi mágica. No sabíamos quién era Davis ni cómo era todo ese torneo. Vi mucho tenis por la tele de niño. La Copa Davis tenía una mítica y un misterio parecido al rugby de los All Blacks, o del Marathón de Nueva York, por poner dos ejemplos. La Davis era un reto. Jugábamos en Australia una final. Era lo más difícil que había en el tenis. Lo más destacado, al lado del Garros o Wimbledon. Recuerdo a esa pareja de dobles que hacían Orantes y Arilla o Gimeno. Nunca ganaron la Davis, pero tuvieron a medio país en vilo. Hubo que esperar al 2000. ¡Un recuerdo al maestro periodista de tenis, Juan José Castillo! ¡La eminencia española en tenis en este deporte televisivo! ...
La Copa Davis era, a cinco sets. Los cuatro partidos individuales y el doble. Tres días de reto. Y conocíamos muy poco todavía al tenis. Casi siempre era sobre tierra o sobre hierba. Y lo más emocionante residía en el número dos. En el más malo de la selección que fuera. Porque en su capacidad de tomar la gloria por unas jornadas podía residir el éxito de la eliminatoria.
Sí. El deporte era otra cosa. Siempre elitista, pero con un sabor más diverso y diferenciado. Si jugabas en casa, tenías ventaja. Porque si eras visitante, te podían meter en una encerrona sin ojo de halcón y en donde el juez árbitro rezaba obligado el ser un poco casero. El tenis de la Davis era nacionalista, colectivo, y el partido de dobles era una cosa extraña donde se ampliaba la cancha y en donde había maravillosos especialistas doblistas. El juego era más rico por peculiar y creativo. Más complejo, y menos de saque y tente tieso.
Llegó Bjorg Borg y cambió el tenis. Empezó a ser paulatinamente más físico. Y se socializó mucho más, manteniendo la clase alta y desahogada. Pero la Copa Davis seguía siendo un orgullo nacional/épico y mundial, y eso la convertía en la más inesperadamente emocionante.
Empezaron a crearse torneos y más torneos de prestigio. Se estrechó profundamente el calendario. Se creó en la ATP la individualización y matematización de los grandes ases. Importaba más el jugador que el país. Y la Davis comenzó a hacerse extraña nebulosa. Las figuras solo quieren estar bien, para de esta manera ganar dinero. Y la Davis ya no les daba el prestigio de antaño. Y en esa tesitura, la Davis estorbaba y perdía sexy. Porque a veces coincide con los grandes torneos de la temporada, y a veces los números uno de los países comenzaban a renunciar para no saturarse.
Recuerdo la que montó el gran Guga Kuerten defendiendo a su Brazil contra España. O la escuela sueca, o eslava, australiana, y no digamos la de los Estados Unidos. Jugar contra los yankees era duro. Eran muy altos, atléticos, sacaban como guerreros, tenían mucha técnica y todo el entusiasmo de los ganadores.
El misterio y la magia de la Copa Davis, se ha ido marchitando. En el formato actual, no deja de ser una competición más, en donde todo queda reducido a un enfrentamiento entre una docena larga de países con menos partidos en siete días. Y esto permite que el calendario de los grandes torneos, respire mejor sin premuras y condicionados, y seguramente sea una necesidad y hasta un acierto.
Pero es evidente que declina y evoluciona la Davis. Ya cede. Los grandes saraos y charangas se repliegan en retirada en torno al gran resultado ganador y casero. Ya no serán tanto exhibiciones patrióticas, como admiración a los distintos héroes de la raqueta que podemos ver a toda hora.
Un inciso para hablar de la primera Davis. Muchas ausencias. Diferente. Y señalar el poderío hercúleo de Nadal, el amo, y el coraje de Roberto Bautista que volvió tras perder a su padre y ganó la nueva Davis 2019 contra Canadá. ¡Absolutamente admirable lo de ambos!
Volviendo ya atrás. Cae el mito y el misterio. A mí me supo mal no poder ver jugar a Rod Laver o a Ralston, o a Nastase, o Ashe, o a aquel saber australiano de la verde hierba antípoda de leyenda. Pero luego vi a Borg, y a McEnroe, a Becker, a Sampras, a Vilas, a Agasi, a Djokovic, a Federer, o a Nadal el gran guerrero y dios.
Es otro tiempo. Y la evolución son las urgencias de la lógica. Y el atrás acabará siendo papel mojado en este 2019 y en la Caja Mágica y bien moderna de Madrid. Ya importan menos los exotismos, y más lo que podemos ver ahora y en color. ¡Y enhorabuena a España, primer ganador de la nueva Davis!
¡MUCHA SALUD!
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