El otro día me lo dijo mi extraño hermano. Que, Alberto estaba mucho mejor y que tenía un teléfono nuevo para localizarle. Me alegré en parte ...
Porque yo a Alberto estaba empezando a verlo de uvas a peras, pero cuando le veía se me quedaba mal cuerpo. No obstante, esta vez llamé a su nuevo teléfono y me sorprendió gratamente, porque desde sus palabras se intuía un nuevo ánimo en su discurso. Pero yo retuve mis sensaciones y me dije a mí mismo que hasta que no lo viese en persona, no haría mucho caso. Y quedamos un día para vernos.
¿Quién es Alberto? En algún escrito ya le mencioné. Un juguete roto, que ayudaba a todas las personas mayores de mi barriada que lo necesitaban, y que cuidó de mi madre los últimos años de la vida de mi progenitora.
En los últimos meses, el juguete roto parecía un sarcasmo prefúnebre y con fecha de caducidad pronta. Se le iba la cabeza, se desorientaba, y sus maneras eran las de un derrotado vulnerable en extremo y sin capacidad de percibir la realidad. Su delgadez y su indiferencia hacia lo que veía y le rodeaba, llamaba al patetismo.
Yo, estaba muy enfadado con él. No era Alberto, y yo no lo podía soportar. Si Alberto era uno de los míos. Alguien, con quien podía contar para cualquier cosa. Y ahora, ¿era así? ¡No había derecho a tal decrepitud! ¡Un día llamó a casa y no le abrí! ...
Ayer vino y subió a mi casa Alberto. En efecto, ¡era otro Alberto! Seguía con sus males derivados de una vida errática y huérfana. Todos los peros. Mas también presentaba un panorama más que esperanzador. Su hablar era otro; su pausa de mayor había logrado recuperar la luz de la sorpresa, y mil etcéteras de alegría.
Yo no sé ni quiero saber del todo, qué demonios ha sido el desencadenante de la renovada vitalidad anímica de Alberto. Me enamoró verle de nuevo su sonrisa de coherencia y de vida. Ya no es alguien de caduca vecindad. Ha vuelto, procedente de malos augurios, hacia un tiempo mejor. Ha sido mi última alegría apreciar su lógica de supervivencia. ¡Enhorabuena! ...
Sí. Parece que en su supervivencia hay nuevos agarres para seguir un buen camino. Tutelado y vigilado por la asistente social, comparte piso con otras personas, y no ha de preocuparse por el tema de la comida. Todas las semanas van a la compra y deciden las cosas.
Y me sigue contando Alberto con calma, que el otro día se fueron a una excursión a Denia durante siete días, que todo el tema médico lo tiene controlado y no se pela ninguna cita, que en la Casa de la Caridad valenciana tanto por la mañana como por la tarde debe acudir y acude a actividades que tienen lugar allí, y que hasta ha hecho amigos y todo.
Para mí, y siempre tocando madera, me pareció que certificaba su nueva posición de más consistencia y salud en el hecho de que había recuperado su contacto con sus hermanos, los cuales viven en Madrid. Alberto, es natal de la capital de España pero jamás se plantea volver. Dice que ya hace décadas que está aquí en Valencia y que de aquí nadie le mueve.
- "¡Oye! ¿Sabes que mi hermano es mariquita y que me han invitado a ir a Madrid a esa boda? ..."
- "¡Vaya! ..."
- "¡Fíjate! ... ¡No quiero ir! ... Pero al final me han convencido. Iré para no hacerle un feo a mi hermano. ¡Y me he dicho a mí mismo que no la voy a liar! Que, todo irá bien y que me estaré quieto ..."
Estuve riéndome durante más de un minuto a carcajadas. Y Alberto, sonrió.
- "Es que no sabía que mi hermano era así y ... ¡Compréndelo! "
- "¡Debes ir, Alberto! Es tu hermano. Lo importante es no ser ladrón, ni asesino, ni mala gente. ¿Qué más da lo otro,joder? Ja,ja,ja,ja,ja ..."
- "Tienes razón. Sí. La tienes..."
Alberto ha recuperado su sonrisa de siempre y su espíritu vital. Y además el cabronazo me ha hecho reír. Y cuando Alberto ve reír a alguien, se relaja más y le sienta bien. Puede que el rehacerse del bueno de Alberto haya sido mi gran regalo de navidades.
¡ADELANTE, ALBERTO!
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