Tiene el bolígrafo a escasos centímetros de las manos, pero Woytan no hace por mover un poco su cuerpo y ponerse a crear o a garabatear sobre un papel en blanco.
Woytan está ahora en fuera de juego. No tiene ganas de nada, le es imposible esbozar una sonrisa, no recuerda qué fue de su alegría, o no halla impulso enérgico para concretar sus ideas.
Parece como hechizado y preso de otras fuerzas enemigas. Capturado y triste, desilusionado en sí mismo, dejando pasar y caer el tiempo renunciando a ser brillante y hasta poeta, y por mucho que escarba desde sí mismo camino de su deseo, todo resulta estéril e impotencia.
Primavera, verano, frío, etcétera. O, la hoja del mes en el calendario, o la semana que es, o la semana que viene, o un recordatorio personal, o un mínimo evento que le llame. Nada. Woytan no suele decir nada de su dolor. Le da miedo su dolor. Pánico, terror, espanto, derrota ...
Woytan sabe que hay gente que sufre como él, pero esto es todo menos un consuelo. Allá éllos. Que se apañen cada uno con su infierno. Porque Woytan, europeo, rubicundo, químico titulado y de profesión, está varado y no hay modo de sacarlo de ahí.
A Woytan no le agrada que le vengan con arreones de piropos o de ánimos. Le producen el efecto contrario al deseado y se hunde todavía más en su pantano propio.
¿La razón de su vida? Woytan no puede pensar ahora. Fue campeón de ajedrez en su ciudad. Ganó muchos trofeos y pensó en el profesionalismo. Es su gran hobiie tras la Química, pero él sabe que en este estado pesan demasiado los alfiles o los reyes y que no puede ganarle ni a un adolescente. Porque a sus cuarenta y cinco años Woytan parece alhelado, autoanulado, autoagredido, embotado entre errores y dudas todas, y deseando que llegue la noche, acostarse y ponerse a dormir.
Rutina y desazón es la palabra doble que define su vida. Rutina y ausencia de brillo, de su color verde naturaleza que antaño decidió abrazar como suyo, y ya no sueña con mujeres de largas piernas y de inteligencia tan atractiva como la sonrisa.
No es Rose. La mujer. Su mujer, la cual decidió suicidarse sin venir a cuento. Eso, Woytan sabe que le afecta, pero que no es cosa suya. Lo de Woytan es una nube negra de hechizo, pero el terminar de una vez no es idea que le atraiga ni persiga.
Porque no le atrae ni lo abstracto ni lo concreto. Su viudez y sin vástagos la lleva con la lógica de quien ha de hacer las cosas imprescindibles e inevitables. Woytan se sienta en su cómodo y peligrosísimo sillón y eso es un tremendo lastre.
Porque para levantarse del confort trampa, Woytan sigue sufriendo como un salvaje. Finalmente mira desesperadamente su reloj, se levanta por fin, va a comprar lo básico, hace pura vida de supervivencia, vuelve a casa, tira de comidas precocinadas, y mantiene el lar en condiciones porque detesta los problemas adicionales y además le da una tremenda angustia su puto futuro.
Antes iba Woytan a videntes y cartomantes. Y hasta un día le dio por dar por saco al recuerdo de Rose y se fue de putas. Pero ya ni siquiera el sexo le anima ni le lleva al movimiento.
Lo han echado de la fábrica de productos químicos en donde tenía un trabajo menor al correspondiente por su excelente titulación y preparación. Empezó a dejar de ir. Y Woytan un día decidió no volver más. Un potente tribunal sentenció que padecía cronicidades insuperables que le inhabilitaban para el trabajo, tras efectuarle muchas pruebas.
Lo que pasa es que María sí cree en Woytan y no hace caso a ningún tribunal médico ni a ninguna verdad legal. María son los ojos que mira y que nunca descifra Woytan. Él la dice que no es su amiga, pero María entra siempre en la casa y tiene un consentido duplicado de llaves además de unas piernas muy largas y un corazón más que sensible.
Woytan mira a María y no la comprende. ¿Por qué viene?, ¿por qué llega y se acerca a él?, ¿por qué parece quererle si a él todo le importa un carajo y a su dolor aún menos? ...
-MARÍA ES SU ENIGMA-
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