Mi pasión por las plantas de balcón es bien conocida por aquellas personas que siguen este blog. Las prefiero de luz, de exterior, de lucir; de presencia vital. Es decir, que para mí simbolizan la vida expuesta que sigue, continúa, se ralentiza, se acelera, y prosigue así el indicado ciclo ad eternum.
Me gusta ser pesado con las plantas, y acariciarlas, y nunca descuidar el riego ni los cuidados. Esa obsesión con las plantas es mi obsesión por la vida y su continuar. Me relajan y me dan paz, y hay como un intercambio de sensaciones y energías entre ellas y yo. Mi manía es su manía ...
El otro día caminaba por un larguísimo boulevard de mi ciudad, y me llamaron la atención las flores de unas plantas que ajardinan y decoran dicho lugar, y lo que al principio eran ganas de fotografiar la belleza de sus flores, se ha ido convirtiendo en ganas de llevarme algunos tallos a mi casa, para reproducir aquí tanta belleza de admirar.
Fue algo impulsivo al principio. Con la sola fuerza torpe y avariciosa de mis manos y con grandes dificultades para cortar, logré arrancar unos tallitos y me los metí en el bolsillo. Craso error. Demasiado pequeños e ineficaces. Los planté y se me murieron en seguida. Y también recuerdo que noté picor en los brazos y en las piernas, pero le di a todo esto una importancia relativa.
Hasta que alguien comentó que las adelfas eran malditas, y que poseen un índice de veneno y toxicidad potentísimos. Ya entendía yo el porqué de mi picor en los brazos, piernas o manos.
Pero el gusanillo de la curiosidad ya lo llevaba en el cuerpo. Las flores de las adelfas son más que bellas. Son sexys y aparatosas. De modo que decidí tomar precauciones y monté una estrategia. Me metí en el bolsillo del pantalón unas tijeritas y una pequeña bolsa. Me dirigí al boulevard, miré que nadie me observara, y con toda la mala conciencia del mundo agarré las tijeras y corté los tallos que escupían veneno y los introduje nerviosamente en el interior de mi tupida bolsita.
Sí. Todo volvió a picarme a pesar de las pequeñas precauciones. Y creo que hasta unas traicioneras y confiadas hormigas también lo hicieron.
Y como alguien me dijo que las adelfas eran resistentes y hasta devastadoras con sus compañeras las otras plantas, decidí ubicarlas en la parte de atrás de la casa, en donde hay menos luz pero la suficiente para ellas. Sus raíces han hurgado bien en la tierra de las dos macetas en donde he situado los tallos. Por ahora, todo va correctamente y pronto se definirán y mostrarán que ya son de las macetas.
Pero una vez que se me fue mi afán estético y acaparador, reparé en algo que me pareció decisivo. A mí me gusta tocar las plantas, aproximarme a ellas, moverlas, juguetear con ellas durante los cuidados, cortar, regar, esperar,y relajarme junto a ellas. Mis plantas de mi balcón de luz ...
Con las adelfas, no podré jugar. Si las toco me llegará su potente veneno y me lamentaré sin argumentos. Con las adelfas lo único que podré hacer es verlas evolucionar y regarlas cuando me parezca oportuno. Demasiada monotonía y traba. Ahí atrás de mi casa mandan las adelfas y yo no puedo actuar sobre ellas.
Experimento con mi fantasía de botánico amateur en espera de los brotes espectaculares que puedan traer rojas y más que bellas flores blancas. Me llevó el deseo de la belleza que predominó sobre la fría sensatez. Y a la vez, me da apuro y negación actual tirarlas a la basura. Cruel, y hasta injusto. No todo lo que reluce es bello, y yo debo adaptar las plantas a mí y ver mis límites y mi oportunidad.
No sabía de las adelfas ni de su veneno. Ahora las miraré de lejos, como a las divas imposibles y hasta traicioneras. Su mundo sensual y exhuberante no es el mío. Las adelfas me atraen y deslumbran por su sensualidad, pero yo no busco eso. Busco conversación con las plantas, tocarnos, naturalidad y buen olor. Como todas las demás plantas de mi balcón.
-QUE TAMBIÉN SOY YO-
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