Como preámbulo de este escrito diré que el bar Grecia de mi valenciana Gran Vía de Fernando el Católico, ya no existe. Pero exisitió mucho para mi. Porque recuerdo que el bar Grecia delimitaba un tanto mi radio de acción en mi azarosa infancia, y siempre lo recuerdo con cariño de acción y concreción. A ese bar iba yo con mi padre y familia a adquirir las botellas de vino y refrescos todos los domingos de Julio de camino al autobús de El Vedat de Torrent, el cual estacionaba muy cerca del citado bar. Fue un punto de partida infantil en mi vida. Una aventura entrañable y nostálgica. Y cuando lo evocaba, el chico de la peli de esa evocación era el fortachón de mi padre.
Pasaron muchos años. Demasiados, por supuesto. Mi padre se fue al lado de donde ya no se vuelve, y mi madre empezó a mostrar la ilógica casi habitual desde que se casó con él. Yo, también seguí mi inercia. Afortunadamente, otra inercia ...
Algo se abrió en mí, paulatinamente. Algo cambiaba en mí. Yo, tomaba conciencia de cosas simples que me atañían. Pasaban los segundos, los años, los meses, y hasta las décadas, y en la casa no había orden alimenticio. Mi madre había presentado demasiadas dimisiones. Nunca estuvo para responsabilidades. Y además, la cocina no era lo suyo ni le gustaba. La paella. La paella de Valencia. Pasaban los años y yo no podía comer paella valenciana siendo de aquí. Mi hermano mostraba ante estas irregularidades alimenticias, una extraña y más que preocupante indiferencia.
Pero yo, pensaba en lo buena que tenía que estar una ración de paella. Y seguí pensando. Y pasé varias veces por delante del bar Grecia, pero me daba unos tremendos apuros entrar. Yo nunca había ido a ningún sitio a comprar comida hecha, y me daba una potente vergüenza.
Finalmente, mi deseo rompió al apuro. Entré en el bar, y respiré. Alguien estaba pidiendo una ración de paella, pero sucede que era para comérsela allí mismo en mi simbólico bar Grecia.
Regentaba el bar un matrimonio ya mayor. Y la señora era la cocinera. Me debió preguntar qué deseaba, y yo me justifiqué. Al final le dije si hacían raciones para llevar, y aunque creo que no las hacían, la mujer me dijo que no me preocupara y que me apartaría una para mí. ¡Oh, gracias! ...
¿Estaría buena aquella ración de paella valenciana? Los primeros días, las primeras raciones, yo noté la falta de confianza en la preparación de un plato procedente del exterior. Porque aquello estaba buenísimo, pero, ¿y qué diría mi madre y hasta mi hermano, los cuales me miraban negativos, celosos y hasta censuradores? ... Mi madre, crítica total ...
Yo estaba asustado por mi audacia acertada. Costaría críticas, pero yo todos los jueves y con paulatina seguridad y confianza, me zampaba unas raciones de mi paella que no veas tú ... Había salido rebelde de aquel mal comer cotidiano, en donde no había orden y todo valía. Mis ganas de alimentarme de sabor y acierto, me hicieron romperme muchos tabúes personales. Comer paella no era otra cosa que lo más natural del mundo en Valencia. ¿Debía yo renunciar a éllo? ...
Un día llegué al bar, y los dueños estaban tristes. Se les juntaba todo. Pero sobre todo se les juntaba la vejez, y que ya tenían derecho a descansar y a pasar los últimos años de su vida con un poco de holgura y de reposo tras tantos años de trabajo casi diario. O, sin casi ...
La señora me dijo que volvían al pueblo y que dejaban el bar. Me dio y la di un par de besos, y el dueño me sonrió. Nos deseamos lo mejor, pero yo salí muy insatisfecho y apenado del lugar de mi conquista alimentaria. Y ahora, ¿qué? ...
Pasó mucho tiempo. En ese mismo bar que ya no se llamaba bar Grecia, habían obras. Y muy pronto aquellas obras, dieron paso a una casa de comidas que con el tiempo se llamó Pizzería Rafa, y en donde se servían pizzas y todo tipo de comida para llevar. Comidas caseras...
El nuevo dueño del ex bar Grecia y ahora Pizzería Rafa, era un tipo alegre y desenfadado, laborioso y castizo, creo que homosexual, listo como el hambre, el cual tenía como su mano derecha y gran ayudante de cocina a un chico obeso y aparentemente menor, el cual debía escuchar de contínuo las bromas de su jefe a él destinadas. Siempre estaba el jefe metiéndose en broma con el citado obeso Rafa.
Desconozco si se enfadaron, o si el dueño se jubiló y se dedicó a viajar confesando que era uno de sus placeres favoritos, o qué demonio sucedió. Pero la realidad fue que en los últimos tiempos, el orondo Rafa se convirtió en el dueño y jefe de todas las operaciones, asumió la ausencia de su jefe y mentor, y se afanó laboriosamente preparando pizzas de todos los tipos, y utilizando aquel potentísimo horno de leña con troncos llamativos a la vista, y que era su particular joya de la corona de su establecimiento.
Al principio con apuros, yo volví al ex bar Grecia de mi corazón ahora llamado Pizzería Rafa. Los primeros años solía atenderme el jefe del grueso Rafa. Pero cuando se lo dejó, entonces Rafa me atendió directa y personalmente, y sinceramente me sorprendió.
Porque yo creía que Rafa era un poco bobo y todas esas cosas. Pero el paso del tiempo, colocó las cosas en su sitio. Rafa era y es un hombre entrañable. Una gran persona.
Por cierto, que los recelos de mi hermano pasaron a convertirse en oportunismo. Y como sabía que yo iba a comprar a la ahora pizzería, se aprovechaba de mi inocencia y me decía que le comprase a él también una ración. Pero, solo paella, ¿eh? ... Ni fideuà, ni arroz al horno, ni arroz a banda, ni nada. Únicamente, paella. Las cosas peligrosamente enigmáticas de mi hermano ...
Aparcaba yo la silla de ruedas de mi madre demente en la puerta de la pizzería, y enganchaba las bolsas de comida en dicha silla, las cuales ya le había encargado por el teléfono que Rafa me facilitó.
Mi madre se fue, Rafa fue testigo de mis apuros ante la demencia previa, veía cómo la mujer gritaba fuera de sí, y a veces yo le contaba a Rafa temores míos como el no poder con ella o cosas así ...
Lo primero que hacía el gordo de Rafa, era dejar lo que estaba haciendo y escucharme. Me miraba con una gran paz y fijeza. Y siempre tenía la palabra oportuna para definir mis momentos y mis situaciones. Acertaba plenamente en sus veredictos y en sus consejos. Era un placer y una sedación inteligente poder apreciar su tremenda humanidad y bonhomía. Madrileño, trabajador, intuitivo, allí con su gordita mujer y gorditos hijos, y sereno y cordial, campechano y nada impostor. Era llano y real. Y, es ...
Hace unos meses escasos que me sorprendió. No es que se quejara. Él no era de esos. Simplemente se limitaba a describirme la realidad de lo que estaba sucediendo. Cerraban las tiendas, el horno de al lado, no se veía una mosca en la Gran Vía de Fernando el Católico especialmente en el verano, y ... En otras palabras, Rafa estaba muy preocupado. Pero lo más destacado es que raramente hablaba de estas cosas vitales. Ya lo había dicho, y no era cuestión de repetir ...
Raro. Yo le notaba raro. No era él. No hacía vacaciones porque no se lo podía permitir, y allí se asfixiaba bajo el horno que ha sido Valencia estos meses. Su hijo ya no estaba atendiendo. Allí se palpaba el no futuro.
El día 15 de Agosto, me extrañó que el establecimiento estuviese cerrado. No lo estaba. Sencillamente, Rafa ha dejado su entrañable tienda. ¡Adiós! ...
Os confieso que lloré. Porque yo lo viví como algo más que un cierre. Rafa no era un tipo que vendía y ya está. No. Yo podía hablar con él, comprarle la comida a un precio más que barato, y mi pensar era mucho más denso pues se iba a la infancia del bar Grecia y a mis primeros tiempos de emancipación y dudas.
Pero también de logros personales inopinados, y de un crecer personal tan vital y necesario como evidente. Ahora se han revuelto muchos sentires por adentro. Pero en el homenaje a Rafa se incluye el nunca detenerse y, ¡a por nuevos proyectos! ...
¡GRACIAS, AMIGO RAFA!
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