Charcos, megacharcos, lluvias torrenciales e inacabables, frío de Siberia, zozobra e inquietud, bajos comerciales inundados, calles vacías también inquietas, desapacibilidad y fogón en las casas calientes con gentes pertrechadas en el sofá ante la tele y ante las empresas de la luz que casi nos dejan secos.
Abrigos, ropa de invierno, supresión conveniente de los paseos, gorros y bufandas coquetas en las chicas eternas, nervios, prisa, ansiedad, atasco, capitalismo inundado y las fuerzas meteóricas de la Naturaleza santa haciendo la libertad absoluta de lo que le viene en gana. Inteligencias superiores.
Guantes y abrigos, negocio, y saca empolillados desde el fondo de los armarios aquellos abrigos sin fecha de caducidad cuya estética siempre fue la de tapar y calentar. Sin concesiones a la frivolidad de este consumismo. La boina, la gorra de lana o lo que haga falta. El chubasquero. La realidad aprieta y tiene otro color. Aquellos tiempos de antes en donde el tiempo era severo, resignado, y hasta plena y mudamente franquista y de rigor. Blanco y negro. Gris.
Nieve. Nieve hasta en la playa de La Malvarrosa o las calas de Denia, estampas de chicas en topless que siempre abren los telediarios dictando amor en un pacto turístico-informativo y amable con olor a typical sun. La naranja, la paella, el sol, y el turismo sorprendido creciente en los hoteles.
Días y más días de Enero con poca luz. Frío de cojones sin necesidad de una pizca de viento. Todo inestable. Porque el dios Eolo no quiere hacerse a un lado y tira palmeras, árboles de todo tipo, y banderas estandartes de cotidianeidad. Nunca sabremos a plena certeza qué demonios es eso de la gota fría. La gota gorda que rebasa paciencias verborréicas.
Tormentas en el corazón del turismo y del invierno. Quejas. Tormentas como de verano pero sin pizca de simpatía. Truenos puñeteros que son lo que colma el vaso del ambiente desfavorecedor. El petardazo del rayo y la ráfaga de luz acaban con la sonrisa y la serenidad hasta de los falleros que están más que acostumbrados a los avatares del ruído y del estrépito. ¿Qué diablos pasa ahora ahí arriba en las nubes?, ¿hay orgía de diablos enardecidos reivindicando abruptamente la calamidad humana?
El capitalismo del bienestar para cuatro, siempre es rechazado y sorprende. Cientos de personas andan atrapadas en las carreteras de nieve a lo bestia porque la vida es coche, y quien no tiene coche no es nadie. Y además los hombres y los bellezones del apartado televisivo del tiempo y su previsión se suelen equivocar a toda hora. Menos ahora.
Cambio climático, en donde los buenos son los malos. La Tierra se parte en los Polos de hielo recalentando por un espejismo de desierto moral. Como se calienta, aquí se hiela todo. Y el hombre es una anécdota en medio de la realidad; una hormiga egoísta vulnerable y con cara de triste y de agraviado que chirría la lágrima de cocodrilo del hipócrita que se carga el equilibrio del hábitat.
¡Que no nos corten la luz, granujas! La luz nos lleva al conocimiento de la supervivencia y de sus claves. Que tengan piedad con las endebles criaturas atrapadas en Lesbos, o con los mendigos de mi esquina en la barriada, y que les traigan un café caliente y un lar para lamentarse bajo un decente techo social.
La verdad de los dioses del temporal extraña en el Mediterráneo. El malísimo tiempo nos quita la vanidad, nos democratiza más y nos pone en el sitio que es. Los paraguas pierden sentido porque no son tan consistentes como siempre sospechamos, admiramos a los esquimales, a los indígenas de la Tierra del Fuego, y a los esforzados anónimos de la sal y de las palas que se enfangan hasta la extenuación fracasando sobre la gran y bellísima cagada blanca. Letal y hasta preocupantemente histórica y hermosa. Inolvidable.
Gusta la nieve en mi Valencia porque nunca hay, y para verla hay que irse al interior. Y de repente viene breve y hasta intensamente a nuestras manos, admiramos entre fotos la cosa blanca y fría, y esperamos como fieles obedientes y resignados a que vuelva de una puta vez el tiempo de aquí. El tiempo ese de sequía donde nunca llueve y en donde cada vez hay más turistas y bares de juerga.
- ¡EL BAR ANIMADO ANUAL! -
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