Joven, sin pelos en la lengua, estrella de entre los odios, parlamentario, de izquierdas, republicano y catalán. Catalán independentista. No se siente de España.
Gabriel Rufián es calmo, y tiene fuego mediático en sus declaraciones convencidas. Dice lo que siente, es listo, inteligente, y apasionado y tranquilo a un tiempo. Un gran fichaje de Esquerra Republicana de Catalunya, un líder mucho más actual que el clásico Joan Tardà, y es el foco de todas las imprecaciones de los partidarios del anticatalanismo y del indivisibilismo de la unidad de la Patria España.
A Rufián no le gusta cómo está el país. Está decepcionado con el Partido Socialista que facilitó el actual Gobierno, y tiene bien claro que Rajoy y el PP son lo peor que le puede pasar a la gente que menos recursos atesora.
Rufián es extremadamente mediático y una metralleta de enemistades. Nació en la Investidura de Rajoy cuando dijo con audacia algo que hasta parte de los mismos socialistas estaban pensando. Les dijo si no les daba vergüenza lo que habían hecho, y si podrían dormir esa noche al haber decepcionado a toda la izquierda real.
Rufián, catalán, apuesta por la independencia de Cataluña. Va por ahí. En esa línea hacia el referéndum aclarador y democrático que también defiende la corriente Podemos. Pero lo que más destaca en Rufián es que es un delantero de área, de esos que meten y fallan los goles, y que a la vez tiene muchos reflejos cuando se topa con el ejército de la prensa.
Dribla, no elude, expone, sigue perseverante, se hace de respetar, y cuando le acorralan a empujones es capaz de sonreír. Saca su audacia de niño bonachón, y con un registro de fajador logra contener a quienes le demandan y acusan.
Escurridizo y valiente, cara de niño, casi suicida en tiempos de postureos y miedos, nadie podrá decirle a Rufián que se esconde y que es un cobarde.
El catalán Rufián se muestra irreconciliable con esa España que le dice que haga el favor de no moverse y que no diga esas cosas que dice, y que no se vaya de ahí, y que se calle, y que fuere merecedor de todos los insultos más furibundos y pasionales.
Hay algo extraño en el odio españolista a Gabriel Rufián. Porque ahora la España de 2017 odia mucho más. Odia a todo lo que se mueve porque el temor supera a la reflexión.
Rufián es la consecuencia de esas malas políticas del Partido Popular de esa contumacia y empecinamiento frente al fenómeno histórico de otras nacionalidades y regiones.
El pensamiento único ha radicalizado la zona geoestratégica y política, tirando por los aires y haciendo trizas las diplomacias comunes y los equilibrios suficientes y básicos para que España contenga con simpatía básica a la mayoría necesaria de sus habitantes. España no ha respetado a Cataluña, y ahora va de victimista, de agresiva y de intolerante ante hipotéticos fenómenos separatistas. Hay una potente distancia que solo las urnas y el referéndum puede acortar y clarificar.
Es necesaria una pedagogía nueva acerca de la necesidad mutua entre los diferentes pueblos que están dentro de la Nación. Es necesaria la generosidad y la abolición de cualquier tipo represivo. No son horas de judicializar o de moralizar a las personas de un lado o del otro. Sino el momento de ponerse en el lugar del otro. El futuro será el que los ciudadanos quieran. Y nunca el sentimiento tendrá necesariamente que ver con la lex. Rufián recoge y emerge desde ese sentimiento de rechazo. Es un síntoma.
-MODIFICABLE-
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