Me fui haciendo mayor. No lo esperaba. Nunca te esperas las cosas. Porque yo confiaba profundamente en mi tres hijos. Porque a pesar de que se me fue al cielo muy pronto mi marido Ismael, yo lo di todo por ellos. Una carrera, todos los estudios, todos los caprichos y todas las renuncias. Ahora están todos excelentemente posicionados en la vida con sus trabajos respectivos. Pero ... Pero este verano me he dado cuenta de que les estorbo. Me querrán a su modo, pero ya sé que les estorbo ...Ha sido muy duro. Lo más duro. Todo lo demás era experienciar. Que pasara el tiempo y que se concretara todo hacia lo lógico e inevitable de mi situación.
Lloré a mares. A océanos de decepción. Porque cuando una cosa la ves venir, pues es más fácil de asumir. Pero la decepción de la sorpresa negativa siempre es dolorosísima. Terrible ...
Yo, vivía sola. Independiente. Yo me hacía la casa, la comida; absolutamente todo. No parecía necesitar a nadie. Y tenía una idea fija en la cabeza que todavía hoy mantengo aunque desecho ya. Yo no quería ir a ninguna residencia de esas. ¡Éso, jamás! ...
El bastón dio paso al andador para poderme desplazar. Y con el andador, tacataca, o como se llame, yo iba tirando. Y bajaba al parque donde estaba mi amiga Asunción. Y era gestora de mi vida. Y las cuatro pesetas de la pensión mísera que me ha quedado, las administraba como una hormiguita previsora y militar.
Hasta que un día me falló el tacataca. Y muy cerca de la Plaza de la Virgen,me di un batacazo tremendo. Los malditos altos escalones me produjeron un tremendo enfado además del golpetazo que me arreé. Pero lo peor fue cuando vi que la gente apenas me ayudaba en aquel incidente. Y lo más peor fue cuando al llegar a casa, vi que me mareaba y no me tenía en pie. ¡Malditos mareos neurológicos! No me fallaban las piernas, sino el riego sanguíneo de mi cerebro. No me llegaba bien la sangre ahí y al pasar las células hambre se apagaban las bombillitas y perdía la conciencia. Y también la movilidad al levantarme de la cama o de la silla ...
Mis hijos me llamaban de vez en cuando. ¡Hipocresía! Lo único que quieren,-y a pesar de su buena posición económica-, es luchar por la tenencia de mi piso. Yo ya no les importo nada. ¿Alguna vez les habré importado? ...
Levantándome de los lloros, seguí reflexionando. Me tiré todo un mes sin salir de casa. Venía una chica dos o tres horas a la semana, a la que pagaba un precio mucho menor que el de mercado porque no tengo dinero.
Por fin alguien me ayudó a abrir los ojos. Me gestionaron la silla de ruedas, y cuando estuve delante de la trabajadora social ya hacía mucho que me había dado cuenta. Yo estaba en peligro sola en mi casa y no era cuestión de molestar a nadie. No era tema ya de de que mandasen nadie a casa. Mis hijos se desentendían del tremendo peligro que yo corría. Y cuando la asistenta social me soltó la terrible palabra "residencia", yo lloré pero asentí. Era lo mejor para seguir viva. Y además, si yo hubiese continuado en mi casa yo hubiese intentado por segunda vez una cosa muy fea con el objetivo de acabar con mi vida de una vez.
La residencia es una castaña. La comida deja mucho que desear. Mis hijos solo me visitan cuando se equivocan. Los demás compañeros de la residencia están muy mal y muchos de ellos son enfermos mentales profundos cuyas familias esconden ahí esperando el final de las historias respectivas.
Al final me he vuelto positiva. Otro alguien ajeno a mi familia, me gestionó una cosa del voluntariado de personas mayores en residencias, y yo cada vez que viene este chico Víctor, me siento bien. Y suelto toda mi tristeza y mi mal rollo. Pero el chico me escucha, me presta atención, me sorprende por su peculiar sentido del humor, me disuade una y otra vez de que disponga mi piso para él y desherede a mis tres hijos invisibles y desagradecidos. Víctor es diplomático y tiene la sorpresa de su presencia y encanto.
-LE QUIERO MÁS QUE MUCHO-
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