sábado, 8 de octubre de 2016

- SILENCIO EXCESIVO -



En aquellas fábricas chinas a las que tuvo acceso la cámara televisiva, pude ver esclavos de hoy.
Era un ambiente aburrido, de infinita laboriosidad, de producción sin barreras, y de semblante oriental siempre preocupado. Aquello eran mazmorras del neocapitalismo, donde todo vale, en donde la sensación de secta superaba ninguna tímida sonrisa.
Aquellas producciones en masa no tenían dulzura ni tao. Demasiado silencio de impotencia. Demasiada ausencia de la dignidad del factor humano, demasiada competencia y demasiada desesperación.
Fue casi una heroicidad meterse en las desnudas cloacas del capitalismo cabrón, y ver mucha demasiada inexpresividad triste y decepcionada en los rostros blanquecinos. Demasiada poca luz. Casi, penumbra ...
Cárceles, campos de concentración en donde la libertad y los deseos humanos parecen una infantil quimera. Aquella fábrica era una subciudad y un subpalacio de tristeza y de injusticia. Un feo muro, una intolerable muralla interior que perfora los hitos de oxígeno y alegría.
Claro que saben que son esclavos. Y los esclavos fantasean con un mañana de aliciente mejor, en que esto es la mili o una coyuntura pasajera, y que quizás algún día puedan salir de esa dinámica y de ese hábito sin que por el camino no se les haya parado el zen de pensar.
Estos trabajadores explotados piensan muy poco. Demasiado poco. Era terrible ver cómo la televisión le servía al jefe de la gran trama de producción inhumana, para tratar de normalizar al mundo su labor y cometido. Era como prostituír la verdad impepinable, y dar paso a ese todo vale y a ese no pasa nada al que siempre aspira el dinero. Nada de humanos y todo el money posible.
Por si alguna duda había acerca del esclavismo, las cámaras mostraron las literas y los habitáculos adyacentes y de miniatura en donde maldescansaban las trabajadoras y los trabajadores. Una soez obscenidad moral.
La civilización china es de lo más antigua. La que más, seguramente. Y aunque aquí damos escasos dos mil años tras la fecha de una deidad occidental, allí en China tienen otros miles de tiempos y de sombras chinescas, y de árboles bellísimos, y de Emperadores suntuosos, y filosofías más que seductoras que han calado en las holguras y burguesías occidentales. Allí estuvo Confucio o Mao Zedong. Ahí también en Tiananmén un joven héroe logró parar un tanque.
Lo que pasa es que la historia no puede frenar en exceso a los avaros y a los salvajes. Parece un imperio industrial y productivo que no anda con milongas ni escrúpulos.
Lo social cede en donde los Dragones son los iconos de unas raíces patrióticas y reconocidas. El capitalismo allí es en extremo letal y silencioso, de ojos tristes y cabeza baja, de mentes reprimidas a golpe de pena de muerte, de pernada amparada entre la más que gigantesca demografía de un pueblo en extremo desconocido y más que carismático.
La China viva es un manantial de cosas que se fabrican y una explosión de frenetismo que busca desesperadamente la competitividad para no decaer ante el gran miedo.
Porque eso es lo que no se expresa que hay. Terror. Miedo cotidiano a espuertas. Miedo a la vida, a no ser nadie, a recibir el castigo o la burla, o la desconsideración o la incomprensión. El capital no le da a China la alegría que sin duda merece.
-MÁS BIEN, SUFRIMIENTO-


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