Cubro mis plantas con una vieja persiana. Debo protegerlas. Las quiero como si fueran alguien de mi familia, tantas veces extrañada. Mi afición a la jardinería amateur, se convierte en un hobby goloso y relajante. Disfruto con su estar y con su ser, aunque al lado de mi balcón las cosas vayan por otros derroteros y la gente no disfrute con estas cosas.
Una suerte de punzón, abre mi labor sobre la tierra de mis plantas. Hurgo y hurgo, haciendo que la apertura causada introduzca oxígeno en el interior de dichas macetas. Hurgo mucho más ahora en verano, en donde el calor seca y apelmaza la tierra. Por cierto que yo no funciono con grandes riegos, sino que me limito a humedecer fuertemente todos los días. Porque el contraste entre la calor y el agua puede ser demoledor y llevar a la pudrición de las raíces. En este verano feroz e incomodísimo, ese equilibrio será luchado centímetro a centímetro. Será más que difícil ser funambulista con esas condiciones tan desfavorables, pero esto sugiere un reto para mí.
Dónde poner esta planta y dónde ubicar esta otra, se convierte en un elemento fundamental y decisivo, al igual que la ubicación de la persiana de sombra protectora. Es y son momentos de estar bien atentos. Las plantas están sufriendo de día, y apenas pueden descansar de noche, en donde las temperaturas mínimas ya andan por encima de los veinte grados.
El verano en el balcón de mis plantas, es mi cátedra y observatorio de aprendizaje. Trato de recordar qué sucedió otros veranos precedentes, y aplicar sobre mis plantas algunas conclusiones.
Podar ahora, es sumamente peligroso para todas ellas. Vale más dejarlas con buen follaje, porque el verdor es un elemento de conjunto y de frescor, que ellas van a agradecer. Aunque también algunos diminutos insectos, que saben que el exceso es un buen ardid para habitar y esconderse o volar rápidos y libres. Al menos, hasta que yo les diviso desde mi mirada periódica.
Mis flores, son un lujo en verano. Como las de las begonias, las flores de un día, o de alguna especie exótica. Las begonias, de hecho, parecen hasta agradecer el rigor del sol abrupto. Y la gran y hermosa sorpresa, es ver a uno de mis cactus florecer con unas bellísimas flores que lo coronan partiendo de sus bulbos de renovación y vida.
No es época de alardes estéticos en mi balcón. La primavera fue fugaz y no hubo apenas días de flores. Siento que finalmente y con el cambio climático, van a ser los otoños los equivalentes a las ya antiguas y añoradas primaveras que se fueron.
Sí. Mi punzón surca con fuerza y delicadeza la tierra de mis plantas, y mi humedecer constante se convierte en una tarea árdua pero deseosa en mí. Gozosa. Ahora toca esa debida y necesaria protección. Y aunque no me gusta, envuelvo el agua en dosis de abono líquido cada dos semanas. Hay que dar vitamina a mis hijas las plantas. Prevenirlas, contra el calorazo que ataca y devora.
Pero, a pesar de todos los peses, cuidar de mis plantas me gusta y relaja, me produce placer y hasta libertad. Verlas crecer, o mantenerse, o luchar contra el rigor, también estimula a mi persona.
-BESOS RIGUROSOS-
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