Esa es la palabra: tiempo. Tiempo, tiempos y contextos. Realidades menores y mías. Tiempos de nostalgias y de apegos. Tiempos de relaciones de desesperación. Tiempos necesitados. Tiempos que nunca debieron existir. Pero que existieron ...
La voz que hablaba al otra lado del móvil, era la de la misma persona con la que yo había contactado hacía ya más de quince años. La voz de Magda, la voz de una mujer con muchos problemas y con una inteligencia práctica. La voz de una persona que había sido feliz hasta que un derrame cerebral partió su vida. Porque Magda era contundente, iba al volante de su vehículo mucho antes de cumplir veintitrés años, supo de todos los trajines de la Banca en donde trabajaba, y al quedarse ciega a causa del derrame cerebral vio como su marido Paco se cagaba en los pantalones y se hacía a un lado y le acababa pidiendo el divorcio.
La ceguera de Magda es un mal no resuelto. Ni por psiquiatras ni psicólogos. Ahora solo trata de sobrevivir. Yo la recuerdo siempre, rara. Cambiaba de domicilio como de vestido. Es como si huyese una y otra vez de sí misma y de su mundo y realidad.
Magda tiene una voz educada, fría y atractiva. La vi físicamente por vez primera, acompañada de su perro lazarillo ante una cita que acordamos previamente. Aquello fue triste, de fantasía absurda, de deseo, de novedad y también de patrimonio personal.
Fue la primera vez que yo tomaba el metro de mi ciudad. Aquel sitio del subsuelo que es el metro, me pareció una suerte del film Matrix, lleno de cosas rápidas, inmediatas, desorientadas, ruidosas, y copadas por el mundo de los jóvenes. Porque el metro es una cosa de los jóvenes. De hoy.
Pero por aquel entonces, mi hoy era desubicado y hasta juguetón. Sin una referencia clara, o como una aventura sin mayor pretensión que la novedad o pulsarme a mí mismo el estado de mi ser y de mi tiempo.
Pasaron muy pocas cosas en estos diecisiete años que conozco a Magda. Solo sé que me llama para recordarme que aunque pasa un siglo sin sus noticias, ella sigue ahí. Y se lo agradezco.
Una vez sin su ex, Magda se puso a juguetear con hombres para joder a su paco. Lo ponía verde, e hijo de puta era el apelativo más suave que me decía que era. Ahora, no parecen haber cambiado mucho las cosas. La llamada del otro día parecía tener un guión similar.
- "¿Sabes? Mi hija es una malnacida ... Ahora resulta que no me quiere traer a mis nietos y ..."
- "Vaya ..."
Siempre me contó Magda que su hija tendía a decantarse por su ex. Que, son tal para cual. Y mucho odio de hilo musical. Con su hijo tampoco se llevaba del todo bien.
Sí. La llamada fue en el fondo una creación mía al darle continuidad a los afectos desesperados. Ahora ya le tengo aprecio a Magda, y todo he de matizarlo. Para mi rigor.
Lo que pasa es que la llamada es gris. Nunca lleva alegría. Hasta la risa o sonrisa de Magda tiene el regusto de almendra amarga. Y aunque siempre tuve en ella mucha tutela, ahora he aprendido una buena forma de mantenerme fuerte ante las cosas de la lastimera invidente. He de quererla, pero también mucho a mí mismo.
- "Voy a ver si me voy a una Residencia de mayores, ¿sabes? ..."
- "¡Ah! Ya ... ¿Y éso? ..."
Yo aún soy joven. El ostracismo me aburre. He de vivir con más color. Y lograr que las llamadas sean de personas activas, con hilo musical positivo y sin rencores, seguras de sí mismas, claras, independientes, y hasta profundamente alegres.
Yo, me alegré de la llamada de Magda por lo que tiene de intimidad. Mas insisto. Prefiero otros mundos, otras llamadas, otras voces aunque sean anónimas o inéditas. Alejarme de universos de derrotas o de tonos grises. Y lograr más risas, más actividad, menos duelo y más loca aventura.
-UN BESO, MAGDA-
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