sábado, 4 de marzo de 2023

- DON RODOLFO, FARMACÉUTICO. -



Don Rodolfo es ancho, alto, corpulento y chapado a la antigua. Es uno de los farmacéuticos de mi barriada. Te da un apretón de manos, y en cuanto cruzas tres frases con él, te das cuenta de que no has hecho un buen negocio.

Lo sabe todo. D. Rodolfo parece un amable divulgador de la totalidad. Lo que pasa es que vive en un mundo que no existe. Ahora la gente es práctica, viene estudiada de casa, y no le gustan mucho las sugerencias o indicaciones iterativas.

Nadie va a dudar inicialmente de los estrictos conocimientos de D. Rodolfo. Porque sabe toda la química y la farmacopea, pero es tan insistente y metódico que puede acabar con tu paciencia. Don Rodolfo es listo, pero también debe dejar paso a los demás. Consiente que le hagas comentarios referidos al vademecum y a los períodos de ingesta. Pero jamás está de acuerdo. Y además, nunca parece tener prisa. Y te acaba mareando tanto, que lo mejor para ser breve es darle la razón. De esta manera no harás tarde a los sitios.

Recuerdo que cuando le conocí, me sonrió. Pero pronto me percaté de los peligros de las personas aparentemente generosas, pero que al final tratan de imponer su visión de las cosas. Nunca se me ocurrió llevarle la contraria. Y mucho menos, argumentarle en contrario. Si hago esto último, no solo lograré tensión y distancia, sino que llegaré fijo muy tarde a mis cuestiones cotidianas.

Don Rodolfo es un clásico. Muy conservador en ideas. Muy obediente con lo establecido, pesado, y muy escéptico con un futuro de progreso y avances. Me temo que cree bastante poco en el fondo de los seres humanos. Quizás por eso parece creer tanto en sí mismo y en su verdad.

Está casado con Mar. Una mujer de mediana edad. Un poco más joven que D. Rodolfo. Mar es engañosa inicialmente. Porque es tímida y a la vez extremadamente profesional. Mar va al grano, y cuando sonríe lanza un encanto femenino especial. Y cuando te orienta, siempre acepta otras opiniones. Eso de las parejas no es otra cosa que un puro misterio.

Don Rodolfo es muy nuevo en esta farmacia de mi barrio. Pero parece un hombre de mundo y con proyectos claros. Sobre todo, sabe de los proyectos que nunca emprenderá. Está muy gordo, pero es evidente que es fuertote.

En el fondo creo que el problema del farmacéutico, es de incomunicación esperable. Por eso necesita clientes y trabajar. Porque le van el palique y la disputa como elementos para saciar su vacío interior que también explicaría el crecimiento excesivo de su barriga.

Preso de mi fantasía, me imagino a un D. Rodolfo con veinticinco años y ya viejo. Idealizo con que nunca fue joven. Quizás, voluntarioso. Pero la juventud del farmacéutico parece castrada por la tradición familiar. Es como si se hubiera abierto paso a manotazos entre personas de Poder.

Lo mejor de su farmacia es su vida, Mar. Pienso que a veces los insuficientes tienen suerte y que son recompensados por la Diosa del azar. En realidad D. Rodolfo quiere ser un padrazo, y un maestro, y un director, y un explicador, y un erudito, y un trabajador, y un triste, y un tipo que se pone la bata blanca e impone férrea disciplina.

A veces tiene gestos de pillo. Y eso que los disimula. D. Rodolfo se disimula a sí mismo, y estoy convencido de que le gustaría quitarse todos los corsés, y ser mucho menos contenido y absolutamente emocional y enérgico. Y regañarnos a sus clientes, y hasta gritarnos que somos unos burros, y recibir el aplauso imposible de su antipatía inoportuna. Y en ese momento, el hombre de la bata blanca farmacéutica podría reflexionar a pesar de su edad asentada.

¡BUEN DÍA, SEÑOR!

 

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