lunes, 7 de febrero de 2022

- PORTAL NÚMERO 39. -



Mi calle, mi barrio, mi yo mismo. Todo ha de ser diferente. Porque la gente de mi lugar se fue yendo paulatinamente hacia otras barriadas de la ciudad, en busca de casas más actuales. Y por circunstancias, yo debí quedarme en esta mi casa. En la que nací y he vivido siempre.

Como imagináis, todo se ha transformado. Aquí éramos como un pueblecito con fincas de máximo cuatro alturas. Y quizás es lo único que queda hoy en mi barrio, al declararse protegido dadas sus características de zona histórica. Estas casas tienen 120 años, y pivotan sobre la Iglesia en la que me bautizaron, tomé la comunión, la confirmación, y todos esos ritos católicos.

Vuelvo a mi barrio. Era una cosa extremadamente familiar. Nos conocíamos todas y todos. Padres, hijos, nietos, etcétera ... Por eso, el tendero de los electrodomésticos apodaba a nuestro barrio con el sobrenombre de "el poblet", que significa el pueblecito. Porque realmente éramos éso. Un pueblo enclavado entre dos grandes Avenidas. Y mi calle era una de las más laureadas y loadas. Por ella pasaban hasta cuatro líneas de autobuses urbanos, de tránsito hacia el Centro Histórico.

Se han ido. Se fueron. Ya no queda nadie en la barriada ni en mi calle que sean de aquí. Se han perdido las raíces. Mi calle era un lugar lleno de vida. Se la conocía como "la calle de las tiendas". Y pocos desconocían su nombre y ubicación. Ahora, suele ocurrir todo lo contrario.

Pasaban las décadas, habían rehabilitaciones de edificios, pero el deterioro que sufre mi calle, ya es y será irreversible. Por mucho que hagan y renueven, algo muy potente de mí se vuelve triste y escéptico. Nunca puede ser como antes. Aquellos tiempos jamás podrán volver.

Los portales de números pares, se han ido rehabilitando. Pero, enfrente de la finca de toda mi vida, los fondos buitres que se han adueñado de mi barrio cuna, no han tomado tanta velocidad.

Ni en sueños pude imaginar esta nueva experiencia. Un día llegaron los obreros, y procedieron a rehabilitar por afuera. Y en el número 39, se dejaron la misma vieja puerta del portal por la que yo gateaba y daba mis primeros pasos cuando niño.

Han sido experiencias potentes. Y, lo siguen siendo. Como hay mucha necesidad, los jóvenes van buscando lugares en donde desarrollarse y morar. Y en este portal número 39, han pasado para mí cosas realmente mágicas, intensas, reales, personales y en el fondo, apasionantes.

Vivir la degradación y el abandono de mis fincas hermanas y amigas, no es plato de buen gusto. Y yo me enfadé mucho por tal abandono. Un día me presenté en la Consejería correspondiente y salí como entré. No me informaban de nada. Es el protocolo. Lo gracioso es que vivo mis sesenta y un años de edad enfrente de ese portal, y no parece que tenga derecho a saber lo que sucede. Paradojas de los protocolos y de las normativas ...

Han pasado algunos años tras la rehabilitación de ese portal 39, y de algunos colindantes. Y como la puerta es muy frágil, pues ya sabéis. Patada, y para adentro. Sí. Okupas. Y yo sentí una extraña sensación. Simpatizo con ese movimiento, pero era mi primera experiencia con ellos. Jamás de los jamases hubiese imaginado que mi calle cuna y popular, y rutilante, se iba a convertir en una calle de segunda o de tercera división. Me llama mucho la atención que no se ven pasar apenas coches patrulla de la policía. Seguramente el Ayuntamiento ha decidido que estas calles son reductos para jóvenes nenes de papá, turismo de ocasión, y muy poca o nula relevancia. De ahí que mi calle esté más que olvidada.

Los okupas. Es interesante la experiencia. Colocan unas estrategias para no ser vistos, y por la mañana se largan. Son jóvenes, algunos idealistas, valientes, arriesgados, y con la rebeldía casi tierna y violenta de querer poner campos bases a unos rumbos de vidas que todavía estos chic@s están configurando.

Un día, me dirigí a ellas y a ellos. Me sorprendió gratamente la actitud de una chica gordita, que parecía convivir con dos o tres jóvenes más. Me decía que lo que querían era un trabajo, y que como no se lo daban, en algún sitio debían estar. Yo, me limité a decirles que fueran cuidadosos. Y lo hice con nobleza y de corazón. Si los sabes tratar, no muestran agresividad. Únicamente, la lógica inmadurez de su juventud.

De vez en cuando veo a través de mi balcón, cómo se reúnen algunas personas, las cuales deben ser los nuevos propietarios, o los delegados de los fondos buitre, o gente del Ayuntamiento que se pasa por allí a ver y tal. Hipocresía... Y el otro día observé cómo un coche de la policía se apostaba encima de la acera y hablaba con algunas personas. Me pareció intuirles algo como resignación. Y luego, arrancó su vehículo, y se fueron del lugar.

Un día que estaba cuidando mis plantas eternas, y desde mi balcón, asistía al funcionamiento y a la conducta del grupo de okupas actuales. Habían pinchado la luz para hacerse la comida, y una chica hablaba fuerte y sin complejos. Los chicos parecen más estrategas y sigilosos, y un poco menos románticos. Pero todos están llenos de actuales hormonas de juventud.

¿Enfadado yo por asistir a este nuevo espectáculo?, ¿sorprendido porque no sea un escándalo mayúsculo, y que no se reuniera la señora Maruja con el señor Salvador?, ¿o éste con el señor Emilio, etcétera, etcétera? ...

¡Ni hablar! Mi desagrado va siendo substituído por la aceptación de la transición golfa de mi barrio en una nueva realidad. Voy aceptando con la curiosidad de un antropólogo social los movimientos de unos y otros.

Los malos malísimos okupas, no lo son tanto para mí. Más bien, sintomáticos o consecuenciales de algo que se veía venir hacía muchos años. Los fondos buitres y los que consienten las malas artes de abandono de mi calle, sí son de mi crítica y desprecio.

El otro día pensé que los okupas con sus cosas libertinas le darán un puntito de visibilidad a mi calle, la cual se había desvanecido durante décadas y por completo. Ese silencio de donde nunca pasa nada, os aseguro que es demoledor para mí. No olvidéis que esto no era un barrio frío sino afectivo. Ahora, los nenes de papá que viven en los pisos remodelados, no se preocupan para nada porque no tienen el menor arraigo aquí, y sus padres están en otros lugares y a otras cosas.

De veras que todo es apasionante si se mira con ojos de fría observación y nunca demasiado emocionales. El mundo okupa es tierno y hasta destacado. Es un tema de moralidades. Estos chic@s no tienen edad para tener maldad. Poseen el arrojo de los supervivientes, y sospecho que tras sus posiciones hay mucha carencia de estructuras vitales con sus conflictos personales y paternales. Uno a uno, estos chicos deben esconder historias apasionantes y más ricas, aunque olvidadas e invisibles.

No me gusta ver esos juegos de gato y ratón. Pero tampoco me gusta el modus vivendi de los chicos acomodados que tienen las espaldas cubiertas y que pasan de todo cerrando sus persianas con blindajes ridículos. Aquí hay "okupas" de muchas clases. Dueños, acomodados, y los okupas convencionales. Me duele mucho mi calle, y continuamente huyo de los recuerdos de aquellos años setenta que me marcaron mi forma más amable y cercana de estar en el mundo.

Decido mirar desde la positividad. Nunca fue un barrio de pijos, sino de obreros y bien republicanos, castizo y de raíz huertana. Esto es la Huerta feraz. De alguna manera, los okupas del portal 39 y de otros próximos, le han devuelto a mi calle del alma su lucha tradicional frente a los poderosos. Mi calle vuelve a estar tímida y fugazmente activa y altiva, y me agradan los conatos libertinos. Porque me temo que todo el pescado ya hace tiempo que está vendido, y que la ideología de mis lares se ha esfumado para nunca volver. Pero mientras tanto, el juego divertido de gatos y ratones le da vidilla y movimiento en el terreno de la derrota o del destino cruel.

- DE VERDAD QUE CUESTA DIGERIR ESTA TRANSICIÓN-

















 

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