Amo a mis plantas. Son mis hijas. Son, la vida. Y el invierno estático no es tan tedioso gracias al trepar y a la coquetería de las calas, que le dan a mi balcón paz y amenidad. Y este año muy poco viento.
Me asomo al balcón. También el balcón es la vida. Casi nadie en esta vida lo hace ya. Temen ser vistos u observados, y guardan con mil llaves el celo de su sacra intimidad. Son fans del anonimato.
Desde el balcón, puedo ver cosas bien amables y hasta tiernas. Como me pasa desde hace unos días. Porque enfrente de mi casa, alguien ha puesto una jaula en donde vive y salta un pajarillo.
Lo han puesto dulcemente unos okupas que también son tiernos y valientes, y tremendamente decididos y jóvenes. Esa jaula la ha puesto en su balcón frente al mío una chica gordita y con una juventud adolescente que pasa más que muy desapercibida, y que para mí es un tesoro de ternura.
Esa chica okupa, tiene claras sus cosas. Es dulce y un gran proyecto de mujer. No traga. Y dice lo que considera oportuno. Por eso afirmo que es tremendamente libre.
Ese pajarito, seguramente si le abres la jaula se larga por ahí. Como harían la inmensa mayoría de los pajaritos que van quedando en las jaulas que driblan a la legislación vigente. La jaula es una cárcel para un ser vivo, un hándicap, un impedimento, una puñeta ...
Esa libertad real del pajarito, me hace pensar en la libertad de la chica gordita. El día menos pensado, llegarán los poderes y los tirarán a todos a la calle. Sí. Pero el mientras tanto, puede ser muy hermoso. Porque a través de los ilegales, yo también puedo soñar.
Y puedo evocar aquel tiempo sin libertades pero con encanto. En donde no se permitía trabajar fuera del hogar a las mujeres, en donde se engalanaban los balcones y se competía por quién lo tuviese más frondoso y hermoso, y en donde tener a un pájaro cantor en el balcón suponía un verdadero y colorido motivo de orgullo.
El pajarito y su jaula me hacen soñar con un tiempo que ya no existe y que seguramente ya no existirá nunca más. Pero cuando miro a esa jaula me quedo un tanto hechizado, entre la perplejidad, el arrojo, y hasta por el surrealismo de gente que todavía no se siente atrapada por el tiempo al uso.
La chica gordita dulce y okupa, bullanguera y decidida, radical y tierno, enemiga de la casa de sus padres y tolerante con la patada en la puerta de unos tipos que dejan morir la finca en donde está, representa la maravillosa contradicción de la adolescencia y de la resistencia.
Ojalá tenga suerte la chica gordita que todavía es de otro tiempo. Y cuando obtenga un trabajo y pueda, buscará a unos verdaderos amigos, quizás se reconcilie con su familia, y se enamorará de un chico majo, y dejará de ocupar esa finca y todas esas cosas. Y en esos momentos, el pajarillo se liberará de esos hierros de la jaula y emprenderá su deseado vuelo definitivo y vital. Como su naturalidad exige.
-PERO EL ENCANTO FUGAZ HABRÁ QUEDADO EN MÍ-
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