domingo, 13 de febrero de 2022

- HOY. -



Hoy por fin salí a la calle y fue otra cosa. Hoy fui yo de nuevo, victorioso, decidido, con la sensación de que se abre otro tiempo, con una cierta nostalgia de acercamiento a algo parecido a antes de la pandemia.

Hoy me quité la mascarilla, desnudé mis músculos faciales, y noté el aire fresco de Febrero acariciándome toda la verdad de mi rostro. Tenía ganas de desnudarme la cara. Y lo he hecho. Solo esperé a que las autoridades me lo indicaran.

Y ha sido como si recuperara algo dejado, olvidado, inerte, dubitativo, acojonado y prudente. Necesitaba mientras paseaba, volver a ser el yo de siempre, el yo liberado de protecciones y mandangas sanitarias, transitar con la idea majestuosa de la convicción, y de esta manera recuperar a cachos mi terreno perdido.

Al separar la mascarilla de mi rostro, el vaho que condicionaba mis gafas desapareció. Y lo que me vino a la vista fue mi nueva y alegre realidad. Y entendí mucho más lo que supone estar tranquilo, con la mirada al frente y a todos mis lados, repasando mis calles sin temor a bichos ni contagios, enarbolar la bandera de mi mismidad, reflexionar acerca de mis temores, y casi en última instancia jactarme de la sana costumbre de seguir vivo.

La pandemia no me ha afectado la salud. El virus no se ha acercado a mí más que a los demás. La fortuna me ha sonreído. Y he vuelto al punto de partida y de inflexión. A antes de aquel Marzo fatídico que atacó cual Pearl Harbor mi integridad y mi libertad.

Me ha sorprendido el ver a tanta gente con la mascarilla puesta. No es fácil tras una explosión que vuelva la calma en un pispás a los corazones. Lo que suele volver es la polarización: o euforizas o te vuelves calladamente pesimista. Y te haces a algo de lo que te cuesta salir.

Hoy hacía sol. Creo que siempre hace sol. Cuando el optimismo abraza tu alma, hace sol. Cuando necesitas liberarte, hace sol. Cuando has hecho un tremendo esfuerzo en la retaguardia de dos años, algo se muere en tí y se desgasta. Pero en última instancia, esto será una obviedad.

Ahora me toca a mí. Deseo reivindicarme desde mí mismo, caminar con pasos claros a donde me dé la gana. Cerrar el libro del dolor. Dejar que la primavera se mofe oportunamente del invierno. Ver cómo rebrota la vida en ese Abril eterno que irá presentándose y desconcertando a los pesimistas. Sencillamente, volver a vivir.

Nuestros descendientes leerán en sus libros de texto la gran tragedia del coronavirus. Pero después cerrarán los volúmenes y saldrán a jugar y a reír al recreo.

El recreo. La salud mental siempre se quiebra ante los grandes e infernales cataclismos de dolor en mayor o menor medida. No somos máquinas y tenemos sentimientos.

Por eso en mi paseo, los sentimientos me hablaban de un movimiento necesario y vitalista. La no mascarilla invita a olvidar. He de recuperar y recupero la fe en mi futuro en renovados retos, en que ir con la cara descubierta es un gran corte de mangas a la fatalidad. Que tengo la oportunidad única de combatir.

Hoy ha sido el paseo de la nueva verdad y de la gran esperanza. Hoy he sonreído interiormente y disfrutado de mi caminar. Pues caminar no es otra cosa que seguir viviendo. De verdad que ha sido una experiencia especial, algo gratuito y celebrado, una lucha contra los tics amenazadores del pasado, y una oportunidad más que acertada de saborear lo que mejor tiene la vida.

-QUE ES EL AMOR PROPIO-
 

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