Una puta red infranqueable y propia. Cierras tus propias puertas. El aire es caliente en la habitación. La ansiedad salta de alegría. Mi mano no llega a hacer cosas concretas. No se sabe por qué no le doy al botón de encendido del ventilador. No es por lo que se cree. Por esos granujas del oligopolio eléctrico. No. Es mucho más complejo todo que racionalizado. No le doy al botón de encendido porque me supone un colosal esfuerzo esta cosa tan sencilla de hacer. Hay una inercia que me lleva. Hay un algo feo que lo descarta todo. Prefiero, o parece que prefiera, pasar calor y no encender el ventilador. Pero no es la verdadera preferencia. Es la red que no me deja quererme y comprenderme. Es un error que me puede.
¿Mi amig@s? ¿Qué es eso? No. No cuento con los demás. Solo me van a causar problemas. Más de los que ya tengo. El primer problema es que les va a sonar a chino cantonés lo que les pueda contar. Porque cuando estás atrapado en ese marasmo, las distancias no es que se multipliquen, sino que se vuelven demasiado imposibles.
Ellas y ellos están con sus familiares y con sus vidas, con sus cotidianeidades, con los suyos y planificando vivir. Porque tienen la suerte de que no les falla la salud. Y no hay que darle más vueltas.
El dolor se reproduce y parece retroalimentarse. Y entonces hay una reacción formidable y fulminante; necesaria. La mente mete sus manos en el vehículo, y detiene el motor. Y se nota un silencio más aparentemente tranquilo que te lleva al sueño.
Es un sueño de inercia, en el que no se sueña en otra cosa que en la zona de confort, y en que pase la tormenta, y en no sentir nada ni para bien ni para mal. Es el sueño travieso y erróneo del parar, de la sordera social o del ostracismo.
Me despierto de esa suerte de sueño hoyo, en el que caigo. Y me doy cuenta de que se ha detenido mi vida y de que hay mucho por hacer. Y que voy con retraso. Y Cronos es muy cabrón y militar, y no tiene contemplaciones. Y entonces y a toda velocidad nerviosa, me levanto y trato de recuperar inútilmente el tiempo perdido.
Siento dolor al ver que los otros se han espabilado. Y han medido bien sus tiempos, y tienen salud, y planifican sacándole todo el jugo a su vivir. Y me duelen sus risas. Son tan naturales que casi suenan como una afrenta o a un cruel corte de mangas. Es injusto y humillante. Pero manda la salud y has de joderte.
Me largo a la calle porque la casa me agobia del todo. Me meto en un cine a ver una película interesante según la crítica y nada comercial. Y entonces me siento más que cómodo en la butaca del cine. Y noto una paz que no puede definir bien la palabra. Y me entra el mal rollo porque empiezo a ver que me entra un sueño y no puedo evitar que se me cierren los ojos. La oscuridad de la sala ayuda a que se cumplan mis temores.
Hasta que finalmente, un ronquido propio me sobresalta y me entra el lógico rubor. Yo, no quería. Y disimulo. Y pongo porte y ojos de que me interesa mucho la película. Pero como he perdido el hilo, no sé ni por dónde voy y no entiendo el film.
Se acaba la película y me voy a casa. El dinero de la entrada, se perdió. Al salir veo que está todo lleno de terrazas en donde la gente se divierte. Y se ríe. Y siempre hay risas y más risas. Y satisfacciones.
-Y ENTONCES LA ENVIDIA CORROE-
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