Alta y potente. Pasándolas canutas y rompiendo a llorar a poco que piense en sus cosas dolorosas e inmediatas. Por eso me sabe mal y la dejo que me haga a su aire lo que quiera.
Aragonesa y espabilada, liberal y contenida, contradictoria, ha vivido entre los fuegos inanes de un amor soñado. No. No quiso dejar a su ex, del cual se desprendió hace escasos meses.
Me confiesa que sufrió mal trato psicológico, y yo veo que a pesar de su decisión y fortaleza su día a día es muy fatal. Lo quiere recuperar absolutamente todo, y se ve miopemente incapaz de asumir con el suficiente sosiego su realidad.
Casi sin querer, me habla de su ex. Una y otra vez. Tuvieron dos hijas, intentaban que ese fruto físico fuera del amor y no del deseo, pero las cosas siguieron igual o peor. Ella quiere volver a los veinticinco años y recuperar el tiempo perdido, y que le digas cosas hermosas y halagadoras para toda mujer, y concitar expectación y hacerse la lista y la viva.
Su mundo es ahora un gran paréntesis de tristeza mientras sus dos hijas ya vuelan solas y esa soledad es más lastimera y cruel. Porque la vida es exigente, y ella precisa agarres y mimos.
Y ella me sigue diciendo que su ex no la dejaba lucir sus largas piernas y le ponía peros a todos sus favorecedores vestidos, y le gustaría ser frívola pero dominando ella las situaciones, y vuelve a rememorarme cuando el hombre que ya no está en su vida no quería que salieran a cenar, ni que trabajara fuera de casa, y se perdieron los amigos, y que ella me confiesa que no supo ni se vio capaz en ese celofán de estabilidad económica de mandarlo al carajo. Y las chicas eran unas niñas, y había que estar ahí, y mil decires suyos.
Como cuando me dice llorando que no se explica por qué su ex ya tiene novia y que se van los dos por ahí. No le quita visión porque tiene mórbida nostalgia de un tiempo que ya es finito, concluso y definitivo. Pero se compara con la nueva y se siente en fracaso. Y todo esto la cuesta creerlo.
El otro día se vino con unos amigos y conocidos a un viaje cercano. Ante mi relativa sorpresa, al comenzar puso una almohadilla y dejó caer su peso y el de su cabeza sin ambages sobre mí. Yo, disimulé. No era cosa de protestarla. Había venido al viaje huyendo de ella misma. Y decidí que no me importaba. Alguien, se reía por lo bajini con ironía. Hay que ser generosos con las personas vulnerables.
Después de la comida, hubo baile. Y en medio de la fiesta, me confesó que hacía años que no bailaba, se quitó mucha ropa porque hacía calor en aquel restaurante con calefacción de leña, y se decidió a sí misma que se lo había pasado muy bien y a un precio económico.
A la vuelta, cansada, ya no disimuló más. Al día siguiente debía entrar a trabajar bien temprano a una residencia de gente mayor. Y entonces volvió a colocar en sueño de descansar su cabeza sobre mi hombro, y para asegurarse esta vez me cogió el brazo con decisión y sin miramientos.
La comprendí o traté de hacerlo, y me sentí solidario y que lo estaba haciendo bien. Hubo calor y ella descansó cómodamente. En la ida del viaje me había notado tenso y envarado, y así se descansa mejor.
A mí me gustaría que una mujer me hiciera lo mismo. Ella no es para mí porque no se me parece en nada y solo habrá amistad y agradecimiento puntual.
Sí que me gustaría. Ese calor mágico lo hacen todas las parejas que se quieren y se confían. Por eso ella también intenta pulsarse en cuanto la dejan los horarios de su trabajo con otros amigos, con otras situaciones, con esa moto que la apasiona y que ya no la puede utilizar. Y yo le digo a ella que no se precipite y que disfrute el instante. Porque eso es un signo de dirección inteligente y estratégica. Ella no debe correr para encontrarse de nuevo consigo misma.
-ESO LO DICE EL FUTURO-
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