domingo, 19 de mayo de 2019

- LO QUE QUEDA DE ALBERTO. -




Me llamó a casa el otro día. Había cuidado a mi madre durante cinco años, y siempre se lo agradeceré. Y cuando estaba muchísimo mejor de lo que ahora está, me ayudó a mí y cubrió huecos inmediatos e importantes para mis carencias.
¡Oh, el tiempo! El paso del tiempo es una bestia si te lo has montado mal. Yo nunca supe al principio quién era Alberto. Lo único que sabía era que estaba y vivía en la barriada y que le necesitaba. Era bullidor y vitalista, madrileño, feo y miope.
La vieja y extinta vecina conquense María, le recogió del suelo y le convenció para que se fuera a casa con ella a vivir. La soledad hace amigos y abraza las mutuas comprensiones. Se rehizo bastante Alberto, y ayudaba a las personas mayores del barrio con su buen deseo, su picardía, su nobleza final y hasta con su valentía. Era un excelente pintor de brocha gorda. Doy fe.
Pero a Alberto le cubrían demasiadas capas. Había dejado Madrid de bien chico, su noviazgo fue un desastre y lo dejaron, y entonces construyó y mal la fantasía de su aventura vital. Fue feriante, y hacía lo que le mandaban. Pero en su interior, siempre hubo un gran vacío. Decidió renunciar a crecer, y se dejó ir.
Un día, descubrí que le daba al morapio. Sí. Era alcohólico, aunque camuflaba bien este exceso. Solo cuando abría su pequeña boca de labios finos, salía un poquito de evidencia etílica. Jamás le vi beodo. Pero debía coger unos pedos apasionantes ...
Apenas tenía amigos. ¿Amistad? Alberto quería ser independiente y huír de la realidad sin renunciar a la acción. Se metía en líos juveniles cuando se le iba la olla, y un día aquí en mi Valencia y en donde reside desde hace décadas y está muy a gusto, le dieron un palazo y el destrozaron el bazo. Ya no podría recurrir al alcohol sin lamentarlo a raíz de este hecho. Recuerdo que el bajito Alberto se encabronaba cuando me hablaba de estas cosas. Luego, me di cuenta de que lo que le jodía era que con el bazo así, un exceso de alcohol le ponía fatal y le llevaba a una muerte segura. Y entró en espirales extrañas, todas de escaso futuro y temporalidad.
Pero aún así, Alberto tenía jugo de vida. Y seguía pintando, y yéndose de aquí para allá, y caminaba, y venía a casa, y se iba, y mi recuerdo de él era otra cosa. Un día me di cuenta de que era un raterillo. Comprendí el porqué de esa patología en él, y acabé aceptando cómo era. Necesitaba ser listo y joven para no sentirse una mierda.
El otro día todo confirmó mis diagnósticos. El tiempo le bambolea y le convierte en un físico afectado y de guiñapo, y en un pobre hombre avejentado y enlentecido. Sí. Me afecta verle esa lentitud. Preferería verle vivo, pícaro y fantasioso. Pero ese tiempo se le acabó, y ahora Alberto es una pena ...
Sí. Lento. Enlentecido al hablar, pastoso, más que vulnerable, casi sin picardía, desnudo y facilote. Un abuelo con sesenta y ocho años, en el fondo tiernos.
Llamó al timbre de abajo. No sé cómo logró subir mis tres pisos sin ascensor. Ya no tiene ninguna fuerza y es una sombra andante. Su discurso era dubitativo, oscilante y un tanto perplejo. Como si don Alzheimer comenzara a rondarle. Me confesó que lloraba mucho de impotencia cuando nadie le veía, y yo también me emocioné. Su deterioro me puso demasiado mal. Mi otrora brazo derecho, tomaba unos rumbos preocupantemente definitivos. ¡Mal asunto, Alberto! ...
Me dijo que ahora se cuidaba, y que no hacía ya burradas, y que una asistenta social le ayudaba mucho a no descarriarse demasiado. Y yo solo podía acertar a decirle que sentía mucho lo que le pasaba, y que siempre que llamara a la puerta y estuviera, yo siempre le abriría.
Él siguió intentando hilvanar frases. Lo conseguía a un cincuenta por ciento hasta que le ayudaba a terminarlas. Lleva bastón y se cae con frecuencia. Le fallan las piernas y le falla todo. Y yo creo que lo que más le falla es su sensación mental y casi inesperada de derrotado que ya espera lo peor, que no es otra cosa que lo inevitable.
Como es pillo y yo le conozco, me sacó diez euros. Fue un pacto de amistad más que una argucia de estrategia. Cuando se fue, pensé en la fortaleza de las mujeres hermosas y en los tipos que baten récords mundiales de alegría y experiencia.
-Y ME PUSE TRISTE Y TAMBIÉN SALÍ DE LA CASA-

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