Ñoño y mágico. Otro tiempo sentido y maravilloso. Los ojos y la sonrisa musical de Doris Day. Mi barrio queda antiguo, mis padres, mis tíos, gente de mi edad, y hasta la peluquera o la panadera hacían alusión a la gran novia de América llamándola "la Doris Day" ...
Se acabó aquel cine de antaño. El cine en el que triunfó la Julia Roberts de aquel tiempo. Cuando Richard Gere o Cruise, eran Rock Hudson o Clark Gable.
Ha fallecido Doris Day a los noventa y siete años, pero su vida es para una gran novela de placer, comedia y hasta dolor. Mucho de todo, y predominando el escepticismo y el desencanto de la actriz y cantante. Más que popularísima y especial dentro del conservadurismo atávico yankee, a la que nunca le alcanzó la lotería del Oscar.
La figura de la Day se hace imprescindible para entender aquel determinado cine de comedia. Doris nunca pasó desapercibida para nadie. Tuvo ese imán o gancho hasta su expirar final. Y eso que su última película de cine data de 1968. Luego, la tele, ya no fue lo mismo para esta descomunal estrella de aquel Hollywood de mitos y leyendas.
La fuerza del nombre de Doris Day. Se casó y se descasó, y soltó aquello de que los animales eran mejor que los hombres. Y se hizo animalista y activista de ellos, y mantuvo siempre su dignidad de gran diva. Doris Day fue una diva casi intentando ser antidiva. Huyendo de la decepción, pareció segura y activa con el sinsabor o la adversidad.
Sé que hay gente que no sabe ni sabrá qué y quién fue Doris Day. Pero también sé que sigue habiendo muchísima gente que igualmente la recuerda perfectamente y que nunca puede olvidar sus cosas, sus películas, sus ñoñerías interpretadas, su voz, sus canciones, su mundo edulcorado de color intenso y su papel de imposturas.
No ha muerto cualquiera. Porque el recuerdo sigue ahí potente como un imán gigante. Y la distancia del tiempo marca una brecha más que definitiva. La misma brecha que la inimitable Doris Day ya percibió mientras hacía aquellas películas y se daba cuenta de que no iba a ninguna parte, pero que a su paso se generaba expectación, curiosidad y arrobo. Las cosas de Doris Day.
La Day ha mantenido a pesar de su otro tiempo que ya no existe, una rara y mágica cercanía con nosotros. Esa ñoñería sirvió para marcar unos tiempos evidentes que quedan ahí.
Y Doris se descabalgó de ese fofo glamour, y orbitó otras galaxias paralelas en busca de otros celuloides y de otros planos de expectación. Sí. Doris Day mandó a paseo a su Hollywood,-solo la comprendió Alfred Hitchcok-, y se fue de allí para nunca más volver. La Day se dio cuenta de que hay finales definitivos y trató de ser siempre libre a todo meter en la decisión que tomó. Doris parecía ser todo lo contrario a la dama enamorada de clichés y de apriorismos miopes.
Doris Day ha sido grandísima. Y para ello le ha bastado laboriosidad, personalidad y familiaridad. Ha sido la novia de su país/imperio durante todos los años que quiso. La chica del beso tierno y pícaro, y de la sonrisa previsible y melíflua. Sí. Pero, para esconder, otro espíritu personal más real y auténtico que acabó por hacerla todavía más grande. Hoy, 2019, la hija de la peluquera o de la panadera de mi barrio afirman haber oído hablar de ella.
-Y SABEN QUE HIZO CINE DE ÉXITO-
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