Ella parecía murmurar algo. Y a la vez, se mostraba con la timidez de la desconfianza. Peguntaba algo sobre el autobús, en la misma parada en la que yo estaba tras salir de cuidar a mi amigo convaleciente en el hospital.
Se quejaba de la tardanza de los autobuses, llevaba auriculares pegados al móvil, y seguía murmurando cosas nerviosamente. Yo, le dije que ya llegaba el autobús. La mujer asintió con su cabeza, pero seguía moviéndose nerviosamente en todas las direcciones.
Se sentó en el asiento de al lado mío, y seguía hablando bajo sobre no sé qué. Yo, la sonreí cortésmente, y ella me dijo muchas atropelladas cosas.
Sus ojos eran verdes y bonitos, su cabello bien hecho y bellamente ensortijado, andaría por los cincuenta y tantos, y su menuda figura mostraba delgadez y perfección de formas.
Arrancó a hablarme con la excusa de las paradas del autobús, de las tardanzas y del tiempo extraño y desapacible de demasiados días seguidos en mi ciudad. Pero solo era un preámbulo. Los nervios superaban a sus ideas y era imposible que se relajara, a pesar de mis caballerosos esfuerzos. Me sabía mal verla así tan alterada.
Yo, la dije que no se preocupara, al informarme que vivía en mi barrio. Pero desconfiaba de contínuo. Se levantaba, y se iba a preguntarle al conductor del autobús de una manera demasiado nerviosa como para ser entendida a la segunda o a la tercera.
Se volvió la mujer a sentar a mi lado. Y entonces me confesó que su casero quería echarla del lugar en el que vive ya dos años, y eso que al parecer lleva tales dos años pagando religiosamente todos los meses. Está en una habitación de un piso, compartido con otras personas.
Yo, la miraba. Mi idea era que mi atención le permitiese sentirse mejor. Me dijo que el casero la había llamado puta, y que no la hablaba, y que la estaban haciendo entre todos la vida imposible con el objeto de echarla del piso y en breves horas.
Después, se le escapó que cuidaba a su padre con alzheimer, y que eso de echarla así y sin previo aviso no era justo. Y que si había peligro, tendría que llamar a la policía para poder protegerse y ejercer sus derechos.
- "Y aún no he comido nada hoy, ¿sabe? ..."
- "Pues, ¡coma! Primero es la salud, y después lo demás ..."
Palabras en vano. El blablablá siempre es sencillo. La procesión que va por adentro es una cosa bien distinta. Seguía al borde de un ataque de ansiedad. Me parloteaba con desesperación en sus bellos ojos, y me repetía las cosas compulsivamente una y otra vez. Le pasaba algo. No sé si alguna afección emocional o el efecto de algún nocivo aditivo. De modo que decidí que lo mejor que podía hacer por ella, era callarme y dejarla con su torrente desordenado y vulnerable de desesperaciones.
Sí. Vulnerabilidad. A veces la vida te pone en tesituras que te sobrepasan y entonces la adversidad puede convertirte en un juguete a merced de cualquier viento.
La mujer pareció relajarse algo, cuando le indiqué que tenía que coger el segundo autobús de enlace hacia mi barriada en el mismo lugar que yo. Miraba y actuaba con extremas dudas y con la necesidad de algún valium o trankimazín. La vida a veces se pone perra, y te convierte en puro dilema de nubarrones en donde se mezclan todas las dudas y todas las urgencias por resolver.
Yo me senté, pero ella estaba tan nerviosa que que se relajaba más estando de pie,-me confesaba-. Si tomaba asiento, se disparaban todavía más los nervios de sus inmediatas inquietudes. Solo le repetí: -" Usted, ¡coma! ..."
A lo que ella me respondió aparentando sin éxito serenarse: - "Sí. Eso haré, porque no he comido nada. Y luego me pondré la tele y me distraeré. Mañana tengo que ir al médico también y ..."
Agotaba su nerviosa energía. Le indiqué dónde debía bajarse, ella se aseguró nuevamente preguntándole al conductor, y a continuación no paró de darme las gracias y a desearme que mi amigo se pusiera mejor. Solo vi preocupante realidad. Vida auténtica. Desesperación desnuda y suelta. Mucho dolor.
-Y ÉSO, NO ME GUSTA-
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