En su modo de balancearse sobre su magna bicicleta, subiendo y bajando del sillín cual bailarín que juega al espectáculo y a destacar, ya se intuye a un deportista especial, único e irrepetible. Es un movimiento personal que le nace de adentro, y que le convierte en el ciclista más espectacular que se puede ver por las carreteras de este duro deporte.
Alberto Contador no quiere perder. Le toca mucho las narices tener que ver cómo pasa el tiempo y cómo su explosividad montañera ha perdido dinamita y que le falla la visa para su olimpo irrepetible.
No. Alberto ha ganado absolutamente todo, pero eso no le quita sed a su ambición. Pone la sonrisa más bella de su deporte ante las cámaras y reconoce que solo está realmente satisfecho cuando las cosas le van de cara, que es casi siempre. Y cuando la ley de vida del paso del tiempo tiende a acecharle, entonces el de Pinto se inventa un manotazo y aparta al tiempo.
Es un corredor apasionado, de los de antes, de los que el día que tenga que dejarlo llorará mucho, valiente y fuerte como un jabato ibérico y eterno, y con un amor por un deporte televisivo pero menor que llama mucho la atención.
Español y racial, detesta las órdenes desde un pinganillo, y le agrada la selva de las sorpresas cuando todo se embosca, y entonces las montañas le adoran y protegen toda su épica y pasión. Si por él fuera, el ciclismo sería todo más individual y personal, y los adelantos tecnológicos una filfa capaz de convertir al ciclista en un robot asustado y de salón. Y eso no le gusta a Alberto ni a los que realmente nos hemos aficionado al deporte de estos maravillosos masocas que siempre nos hacen soñar en la sorpresa y en la capacidad de que todo se mueva por el mero azar y esfuerzo ambicioso de quienes se suben a una bicicleta a hacer burradas de kilómetros sin fin para ganar modestos sueldos. Jornaleros admirables.
Contador, firme y nuevamente apasionado y ganador, lo ha vuelto a hacer. La ha vuelto a liar. Ya lo ha hecho más veces eso de saltarse el guión. Es capaz de atacar muy de lejos cuando huele que se va a caer de su olimpo ilusionado. Caída, maldita palabra tabú ...
Se atreve. Contador, se atreve. Y se atreve porque es feliz bailando hasta su muerte deportiva en su burra especial. Es el color eterno del campeón que se resiste. Que nunca aceptará así como así su declive, y que el que tenga que ganarle deberá sudar. ¡Enorme deportista!
La Vuelta a España siempre es suya. Es él. Estoy seguro de que el trofeo de ganadores de nuestras semanas grandes por etapas, Alberto Contador lo valora todavía más que el del Tour y Giro. Convencido.
A pesar de sus caídas, toco madera, clembuteroles, juicios y desgracias, Alberto Contador jamás se rinde. No sería él. Sigue, marcha, se recupera en plena prueba, dice lo que siente, hay mucha sinceridad en lo que expresa, y no conoce el miedo sino el entusiasmo.
Atacó desde la salida hacia la estación de esquí de Formigal, le dió un susto a Froome, combatió con Quintana, y no parará hasta que suba con sus huesos nuevamente al podio final de Madrid. Porque para él quedar lejos es una derrota demasiado injusta y dolorosa.
Espero que pronto algún chaval español tome su relevo, porque de lo contrario las tardes de ciclismo se nos quedarán en una eterna promesa y mientras tanto solo podremos aplaudir la generalidad del fantástico trepador andino Nairo, o la fortaleza descomunal desgarbada y casi cibernética del flaco británico Froome.
Mientras tanto, habrá tedio y previsibilidad. Tras la exhibición de Contador camino de Formigal, hago votos para que el madrileño se retire lo más tarde posible. Porque verle correr es como ir al campo y respirar el feliz y necesario oxígeno del ciclismo de la emoción.
¡OLÉ, CONTADOR!
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