Harto de deseo imposible, mirón de muchachas que le dirán que no, tullido, avejentado, asqueado de sí mismo, atrás queda su lucidez y su ocurrencia, hace mil kilómetros que brilló en unos estudios que no le sirven para nada, con dolor de pies y de alma, rechazado, olvidado, manoseado, incomprendido, preguntándose demasiado acerca del porqué de su nacer, casi vomitando, al margen de todos, escorado, acurrucado en su rincón, acorralado, estigmatizado, solo, sin brillar ninguna de sus esperanzas, aterrado de rabia, rictus tensionado en la cara, tenso y ansioso su cuerpo, intentando gritarle al mundo como lo harían los mudos, analógico, de otro tiempo que no ha de volver, callando para que no se líe, amigo de idiotas y ni éso, sin raíces claras, sin unos padres que también fueron olvidados como él entre pastillas y desconexión; entre moralismos rígidos que se autoimpone para apenas poder respirar su vacilante libertad. Menos nueve, menos ocho ...
Juan. Juan Alfonso. Vive donde nació. Pero su barrio ya no existe y es pasto de los buitres de los alquileres y del Sistema. Sin novia, sin chica, sin mujer, sin sexo, sin penetración, sin caricias de seda a lo largo de sus brazos, sin realizar ni el más mínimo de sus sueños, sin libertad, menguando su capacidad de ubicarse en un mundo sólido, sintiéndose cadáver en vida, el calendario hace años que dejó de pasarle páginas, los relojes están detenidos y no parecen querer ir ni con pilas renovadas, y los últimos trenes oxidados que quizás podrían hacerle escaparse a un donde fuera que le hiciera olvidar están llenos de averías, de dolor, de inexperiencias, de muros autopersonales que le estriñen, condicionan, anulan, ciñen, aprietan y capan. Menos siete, menos séis, menos cinco ...
Juan Alfonso logra subir por una escarpada cima, en donde en lo más alto está la posibilidad del adiós. Si salta, todo se olvida. Menos cuatro ...
Pero Juan Alfonso se queda extasiado ante su derrota durante demasiados minutos. Y luego se queda dormido allí arriba. Al despertar, unos lobos le ladran y acechan, le aúllan, y el hombre se deja caer a pesar de su cojera por la ladera de la montaña emulando al gran atleta que pudo ser. No le da la gana ser matado por nadie. Si ha de morir, él decidirá la hora y el momento. Menos tres ...
De milagro ha sobrevivido a la manada canina y salvaje. Pero el hombre ya a salvo, vuelve a concentrarse en su gran vacío interior, y piensa que ha tirado la toalla, que ya todo lo bueno pasó, que los suyos están todos muertos, que él es un pedazo de mierda pegado a un palo podrido, que no existe, que no sabe, que no es, que ya ha tiempo no está, que desapareció de las normalidades, que ya no hay nada que hacer, que vivir es una anécdota absurda, que la lluvia que empieza a empaparle es una caricia que aunque le va a calar y es invierno, no deja de ser un algo. Menos dos ...
De repente, el sonido de un trueno estremecedor le saca de su pensar quasi agónico. Y el impacto de un relámpago le ciega la vista, y los rayos caen a muy poca distancia de su cerebro. Y Juan Alfonso sabe que los árboles de aquel bosque no van a hacer otra cosa que atraer y atraer más tormentas y peligros. Menos dos ...
Juan Alfonso, tropieza y se cae. Nota un dolor moderado y generalizado por todo su cuerpo. Quizás se hayan afectado su espalda y sus terminales nerviosos. También a su pierna que ya no será la que fue. Y decide quedarse ahí tirado. A la intemperie. A merced de quien quiera. Como un vano suicida, que hubiera vendido su dignidad al azar. ¿Menos uno? ...
Un día después, logra levantarse de entre los matorrales. Mira su móvil y no tiene ni cobertura ni batería, y lo vuelve a guardar de un manotazo en el bolsillo. Y en ese momento ve a un niño semidesnudo, aterrado; como la víctima de una violación, desorientado en el campo. Y Juan Alfonso le calma, le toma de la mano, atisba un pueblito y entrega al niño a los dueños de un bar, los cuales llaman a la policía. Juan Alfonso se siente satisfecho. Hacía demasiado que no se sentía así. Sino todo lo contrario.
¡MÁS SIETE! ...
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