Grande, gordo, extraño, cínico y dolorido. A Lubián se le ponen ojos raros a las cinco de la tarde y se los cubre aparentemente. Pero pronto puede verse que son ojos de provocación y de rabia.
No es feliz ni es capaz de expresar su frustración como debería, el ínclito Lubián. Su madre ya es mayor y mandona, y la incertidumbre de los bajones de la mujer, le superan con amplitud.
Se rompe toda su capacidad de aguante y se siente un mierda. Pero lo va a negar siempre. Y por todo lo contrario, intentará hacerse valer engañándose a sí mismo, y entonces el rostro de Lubián se transforma y adquiere los modos de un payaso menor, humano y de aquí.
Lubián piensa, que se acabaron las reglas y lo adecuado, y su lógica se estrella frente a su odio. Se envuelve el alma con una extraña manta de acero, y comienza a reírse como si no pudiera más. Es una risa negativa y perversa, acaparadora y muy intensamente vivida. Y busca soltar toda su frustración sobre aquellos a quien percibe más vulnerables. Selecciona bien sus presas. Si sabe que le vas a plantar cara, Lubián se hará el sueco y te sacará de su foco perverso. Pero si te cree derrotado frente a la fuerza de su estupidez, entonces será capaz de cosas realmente inesperadas.
Se ríe Luis Lubián a mandíbula batiente, poniendo ojos de santurrón cabrón. Es toda una estrategia de ataque sobre los demás. Por ejemplo cuando se cruza o coincide en el bar con Claudio. Lubián mira a Claudio y trata de desestabilizarlo. Le grita a la vez que sigue riéndose a carcajadas patológicas que tratan de ser contenidas pero que llevan veneno. Y Claudio conoce a Lubián, y ve que trata con sus payasadas de ridiculizarlo y dejarle en evidencia delante de los demás. Cuando la partida de dominó se le hace aburrida y hasta intolerable a Lubián, entonces hurga e insiste hasta hacerle perder los papeles.
Lubián se ríe de todos. A los que genera lástima su vida tratan de hacer como que no ven lo que ven, y se lo consienten todo. Pero Luis Lubián parece absolutamente insaciable y su ira no se domina.
El gordo Lubián tira al suelo y con astucia una ficha de dominó, buscando gresca. Necesita lío y follón. Y acompaña su negatividad con fuertes voces que tratan de emular algo así como gritos de euforia. Parece un niño gigantesco y desatado. Un hijoputa necesitado de agresividad.
Claudio ya no puede más, y le llama payaso. Otros, le frenan. No queremos que la situación joda la partida del juego de mesa. Mas Lubián, no contento con tirar la ficha al suelo aposta, golpea dicha ficha con estrépito y con riesgo de romperla y de machacar toda la armonía posible que haya entre sus amigos y conocidos.
Ríe y sigue riendo Lubián como un psicópata de medio pelo, que domina las situaciones con el aplomo de los forajidos de las películas baratas del Oeste.
¡Nadie tiene razón para Lubián! ¡Todos están contra él! ... Y cuando la cosa parece que se serena y armoniza, el hombre aprovecha el silencio de la confianza para seguir provocando con la oscuridad de su alma a todo bicho viviente.
Sale de la partida, se va al baño, tarda en regresar, hace lo que le sale de los mismísimos, y vuelve a la mesa de juego para seguir incordiando.
Lo mejor,-si le aprecias un poco-, es hacer como que no ves lo que ves. Lubián está fuera de la partida pero no quiere dejar de ser el gran protagonista, manteniendo así un fuerte y descarado pulso contra la sensatez y la paciencia de unos y otros, los cuales para él no sirven ni estarán nunca.
Cuando concluye la reunión del juego, la gente se aleja y dispersa. Lubián se encoje de hombros y busca la compañía más estratégica y favorable, mientras camina pesadamente hacia su casa.
-COMO TODO UN INOCENTE-
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