Alcaraz aún es dulce aunque en la pista sea un león desconcertante para sus rivales. Está viviendo el placer de su crecer y haciendo suyas muchas de sus ilusiones. Es un chico afortunado. Con su pelo oscuro, y su mirada rural de El Palmar. Su padre le observa discreto desde la grada, y de su entrenador Ferrero, casi ya no necesita apenas correcciones.
Carlitos Alcaraz enamora a España con su tenis de mago y con la suavidad de su carácter. Se afana en complacer a todos sus fans, que cada vez son más legión.
Alcaraz promete grandes gestas. El tenis es un deporte mental, emocional, y poco para cabezas endebles. Ese es uno de los retos del murciano. Sobreponerse a las emociones y no perder de vista su hoja de ruta.
La fama es efímera como el aplauso en globos de colores que da la novedad. Si quiere ganar Roland Garros, ha de pensar que la pista Chartrier es una cátedra del tenis de arcilla. Los Garros se ganan sufriendo y dosificando. Situando el partido, y haciendo finalmente florituras, orlas y hasta vueltas al ruedo.
Carlos Alcaraz se enfrenta pronto al futuro inmediato. París. No debe apostarlo todo por ganarlo en seguida y de cabeza. Todavía está Novak Djokovic, muchos otros grandes tenistas que gustan de la tierra batida y de los cinco sets, y la incógnita de un dios Nadal al que las lesiones le tienen en el dique seco.
Alcaraz ha ganado virtudes mientras juega. Y aprende a hacer sets irregulares y perderlos, para luego remontar y ganar. Eso no lo tenía antes. Antes, salía, cortaba las dos orejas y el rabo, o bien fallaba bolas fáciles y se aturrullaba ganándose a sí mismo.
Va madurando. Sabe ganar partidos coñazos y embolicados, sufrir sin desesperar, desahogarse sin perder los papeles, meditar en caliente sus errores y rectificarlos en pleno partido.
Es el crecer de un prototipo de campeón universal, al que le van llegando los momentos de los éxitos en los Grand Slams. Ahora llega lo duro. Su Tour de Francia tenístico, o su Wimbledon, o todos sus altos sueños y puertos.
Debe cuidarse porque es muy joven. Y debe seguir siendo una sonrisa. Y cuando pierda, debe igualmente seguir sintiéndose un privilegiado siendo tan joven y con el efecto mediático de ser mucho más que un tenista. Un icono.
Y ahí deberán aconsejarle bien. Roger Federer supo equilibrar su genialidad con su eficacia, y por eso fue excelso. Lo que no ha de perder el chaval de El Palmar, es su sonrisa prometedora ni su hambre de convicción y de éxito. Él, puede. Y si no puede ahora, ya podrá más tarde. La prisa nunca será su buena amiga.
Hasta envidio al actual Alcaraz. Si yo tuviera esa edad y esa clase, sería el chico más feliz de la Universidad, o de los amigos, tendría la novia más guapa y el coche más sofisticado. Y toda su sonrisa interior.
Alcaraz no está lesionado. En la pista corre como un gamo, se mueve como un policía, hace dejadas cual Rod Laver, se lo pasa bomba haciendo filigranas, saca fuerte y bien, y el futuro puede ser muy suyo.
¡DISFRUTA, CARLOS!
0 comentarios:
Publicar un comentario