El hombre se rasca la cabeza, y a ésta le llegan ideas menores. Lo desecha todo el escritor en crisis. Y abre la puerta de su escritorio. Le asfixia la abulia y el raquitismo inspirativo.
Sin éxito. Porque el papel de Segis Bubard sigue en blanco. Y el bolígrafo se siente impotente frente al papiro. El fracaso. El imposible. ¿Qué decir o qué hacer?, ¿qué inventar que no sea forzado o previsible? ... La angustia avanza con carros de ansiedad sobre el tenso Segis Bubard. Y decide finalmente levantarse y salir del escritorio. Camina unos segundos, se da un tiempo, y ya está de vuelta al lugar del trabajo en donde le espera ese enemigo traicionero que es un folio sin mácula de su tinta y de su impronta.
Segis Bubard no es cualquiera. Las ratas de biblioteca saben quién es. El público en general, bastante menos. En la cabeza, Bubard solo tiene ahora como pensamiento y amenaza a un tiempo, a la Feria del Libro y a su Editorial habitual que hace días que le llama exigiéndole un libro nuevo aunque sea una colección de relatos cortos. Esto es un negocio, y la Editorial tiene sus razones para presionarle.
¡Esto es un dilema! Cuando andas abobado, y las ideas no cogen carrerilla. Segis sabe que todo es mental. Que, todo son nervios. Que, es cuestión de no pensar demasiado elaborado y concretado, y que la solución saldrá cuando apenas lo pretenda.
Segis disfruta escribiendo, pero hoy está profundamente alterado. Lleva unos días así. Está durmiendo demasiado porque sabe que Abril es siempre un mes duro. Un mes exigente para quien quiera vivir del arte de la escritura. Una de las finales de su Champions inevitable. El notable en el cole, el brillo en la mente; la naturalidad en su talento evidente.
Segis ha ganado un premio de novela. Ha publicado ya una decena de libros. Sus seguidores dicen que sabe llegar como un estilete al corazón de cualquiera, porque su escribir nunca es farragoso. Y alguna razón tendrán, cuando es capaz de vender todos los libros y hasta muchos más de los que su Editorial estima en cifras de previsión.
Entonces, si todo es así, si está felizmente casado con la bella Norma Runters, si el día es hermoso y soleado, si el invierno que Segis no soporta bien le van dando todas las bocanadas a la primavera, ¿por qué se está agotando ante un terrorífico folio que sigue totalmente en blanco? ...
Segis piensa que será mejor ser franco. Y comunicarle a su agente literario que le den más tiempo o que para pronto no va a poder producir literatura. Y Segis medita seriamente la decisión. ¡Es igual todo! Si escribe, forzará las cosas y no saldrán como él quiere que salgan. Porque antes de que sus lectores le loen o la Editorial le dé el sí, Segis ya sabe si va a poder cumplir sus deseos o no.
Segis Bubard trata de intelectualizar su fracaso de ahora. ¿Qué demonios le está sucediendo?, ¿es una mierda que nunca valió para ésto?, y ¿cómo entonces otrora sí consiguió triunfar en la disciplina exitosa de Cervantes?, ¿qué sucede? ...
La preguntas no logran ayudar a Segis Bubard. Al fondo, se escucha el llanto de un vecinito que solo tiene unos meses y que llora por cualquier cosa. ¿Y si encontrara en el llanto del bebé la inspiración negada? ...
Infantil también anda ahora Segis Bubard. Porque la historia creativizada y desarrollada del nene y su familia, tampoco convence al escritor. Y, de un manotazo, acaba destruyendo el folio y lo tira con furia a la papelera.
Un mes después, Segis se halla en una de las casetas de la Feria del Libro de Oostam. Dicen los críticos que se ha superado a sí mismo. Y hasta el autoexigente Bubard reconoce que está bastante bien lo que ha hecho. Y sus seguidores hacen cola libro en mano demandándole una firma personalizada.
-PASÓ EL NUBARRÓN-
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