De otro tiempo. Homenaje a un torero tremendista. La sala está repleta de fans. Poco joven, y de esos, bien contados con los dedos de una mano. Ellos van de aspirantes a valientes, y ellas lucen palmito e igualmente tratan de destacar con su desparpajo y belleza.
Es la presentación,-en un lugar histórico y hace tiempo que un tanto casposote-, de un libro que los amigos le han escrito a su amigo torero tremendista. Lo que veo es muy popular. Clasicote, tradicional e inmovilista, en una sociedad que camina y se transforma a la velocidad de un marchador de élite.
El toreo. El toreo nació como necesidad. Como una oposición ramplona que buscaba el humilde ante su futuro desesperanzador. Le tiró bemoles. por no decir, cojones. El libro presentado se llama: "Con dos bemoles". Y en esa charla homenaje, todo es nostalgia de un tiempo que ya va dejando de estar y que poco a poco se le irá calificando de pintoresco.
El torero. El maestro. "J.Sáez" se dio pronto cuenta de que habían otras llaves para abrir la puerta grande de un futuro impensado y a la vez mágico y maravilloso. Y "J.Sáez" no tenía ni idea de torear. Y siempre tuvo poca idea de los cánones acertados del buen torero. Pero "Sáez" siempre pensó que hay durezas y durezas. Y que no es lo mismo estar toda tu vida no siendo nada, que jugándose el pellejo con la ocasión de ser muchísimo. Y además, muchísimo dinero.
En ese homenaje y promoción del ex diestro, me impresionó negativamente el cerrado consenso de todos. Gente mayor, con otra vida, con trenes similares que ya transitaron, con otra sociedad, con otra psicología, con polvo en la palabra, y con nostalgia de aquel tiempo en el que "J. Sáez" les hizo vibrar y sacar de su rutina.
"J. Sáez". Tremendista. Tremendo. Temerario. Listo como el hambre cuando clava las fauces en el alma. Un toro era la ocasión. La gente va a ver si el toro vence al hombre, y cuando sucede al revés, entonces la afición se desbordaba y le aclamaba tanto, que era su niño, su maestro, su querido eterno; su intocable ...
Pero, es éso. El desafiar a una fiera de seiscientos kilogramos, tengas recursos técnicos o no. Era el boxeo. Ese bombardero que no sabe defenderse bien, pero que si te arrea con una mano ya no te puedes levantar y entras en sueño. Casi todos los grandes ídolos del box,-quizás si se exceptúa al dios Alí-, eran pegadores natos y decisivos. Raramente una orla o una estética: ¡leche y a dormir! ¡Campeón! ...
"J. Sáez" venía de la nada. Y como el dinero también es la nada aunque parezca todo lo contrario, sigue siendo un humilde pastor jovencito que ya ha dejado su pueblo humilde. A pesar de todas las loas.
Al tremendista le llamaban suicida, y exagerado, y temerario, y hasta tan bajo en autoestima que su fin era mostrar el poderío contra las reses bravas bien hermosas.
Fue carne de enfermería. Más de veinte cornadas, diciéndole a los amos de este negocio que sí en voz queda y obediente, y con unas facultades físicas y mentales que le hacían reponerse y seguir con su masoquismo de éxitos y de triunfos taurinos.
Su hablar en la sala del homenaje y de la presentación de su libro, era el desparpajo y la chispa. Se sentía comodísimo. Y siempre sonreía feliz y satisfecho. Y hablaba en ideología conservadora y como Dios manda. La tradición tiene ese lenguaje religioso, humorista y real. Esto es otro mundo que cada vez le pierde ritmo al movimiento de la modernidad. Había música de pasodobles y las clásicas hembras con piernas de flor. Y "J. Sáez" ya no pisa su pueblo y vive instalado con holgura en la gran cuidad.
-NO HA DE SER CASUAL-
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