martes, 8 de junio de 2021

- LOS SUPERSILENCIOS DE MARTA. -



Hablo a Marta. Por teléfono. Desde su mundo potente y singular, parece oírse una voz altanera, fuerte y decidida. Emocionalmente anda demasiado confundida, y su percepción de la realidad es dura. La mía de Marta, es ternura.

Porque la mujer madura sin madurar, Marta, aún no ha logrado aprender a dialogar. Comienza su discurso, y si la interrumpo, algo se rompe e hincha en ella. Repite con toda la fuerza las palabras pronunciadas antes de mi imposible interrupción, y se alza sobre su discurso.

Es triste no saber dialogar. Se pierde mucho cuando la verdad es unívoca y se convierte en afirmado discurso que llama a la vanidad de su poder. Marta es mucho su discurso. Es decir, bien poco. Y cuando se adentra en su imparable verborrea, los demás no pueden existir ni existirán. Y ahí demuestra su vulnerabilidad. 

Es hasta apasionante apreciar cómo Marta trata de aplastarte cuando habla, con toda la cronología extensa y sin censuras de su modo de pensar. Sus discursos son definitivos, impepinables y libertarios, anarquistas, y con unos deseos de libertad que rayan el yo inflamado.

De modo, que es tentador guardar silencio y hasta analizar lo que en realidad desea decirme, y que en el fondo nada tiene que ver con sus palabras. Porque hay mucho más que eso.

A Marta nunca la han dejado hablar. Y ahora está de vendetta con las palabras de los demás. Ni su ex ni las autoridades, son muy partidarios de que pueda ver a su hija adoptada y oriental. Temen que le quite también a la niña los espacios de libertad.

Marta tiene el alma noble y la ambición totalmente incompleta. A veces se desespera y decide taparse los ojos con las manos. Percibe que el mundo le viene grande, y se rinde. Y se queja, y todos son malos, y es muy raro verla sonreír. Pasa de la desesperación al mando total, y esto desconcierta y molesta. Empuja desde su violencia, pero no lo sabe. Y yo espero que algún día pueda conectar finalmente con ella misma. Me encantaría que hubiese final agradable.

Yo, me impaciento. Vuelvo a intentar interrumpirla sin éxito, y entonces, paso al ataque, y vuelvo a meter palabras en un vano intento de que calle y escuche. Y hoy por hoy, solo logro que coja unos enfados colosales. Como lo haría una niña a la que le negaron todos los caprichos cuando niña, o cuando descubrió que lo que le daban tenía trampa y solo era pose y nunca cariño.

En este intento, logro imponerme. Y la digo a Marta que no estamos haciendo un diálogo. Que la conversación ha de admitir interrupciones por su parte y por la mía, y que no pasa nada malo sino todo lo contrario.

Marta recibe muy mal la sugerencia: ¡ni puto caso! A ella no la interrumpe nadie. De modo que adiciona más dinamita a su dolor explosivo y saca a pasear su plan B. No es otra cosa que guardar absoluto silencio y así tener la oportunidad de sentirse maltratada en su libertad, capada su expresividad o huero su deseo. Me deja tirado con la palabra en la boca, pero no cuelga. Quiere darme su lección para demostrar lo indemostrable. Marta está muy herida y con mil cicatrices abiertas y abruptas en su corazón. Está, para serse muy generosa con ella.

- "Mira, Marta, como no dices nada ni vas a decir, lo dejamos para otro momento ..."

- "Eres tú. Que no me dejas hablar ..."

- "Vale, Marta. Cuídate. Hablamos en otro momento ..."

-Y ELLA SE DESPIDE CORTANTE-
 

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