Son tardes de despedida, de homenajes, de adiós, de golpes geniales del señor "Vamos", y de un amargor brillante de tristeza. El pueblo tenístico espera expectante la espectacularidad, la consistencia, el juego sereno y eternamente fondista y ganador.
Rafael saca la personalidad y el empaque. Se le nota inactivo y escéptico; como pasando las hojas de su libro tenístico póstumo. En el fondo, todos y cada uno de nosotros queremos que se pare el tiempo, que la lesión abdominal no exista, que sus rivales no sean tan jóvenes ni dinámicos, que no sean los postreros clínics del genio gladiador de Manacor, que la burguesía y la afición catalana siga admirando su figura épica y heróica, que los guiris que abarrotan la Ciudad Condal sigan la estela de los partidos de uno de los mejores tenistas que el mundo del tenis ha conocido.
El cuerpo de Nadal está nublándose, cayendo la noche, a veces quiere salir el sol, y no tenerle que ver excusándose en las ruedas de prensa por la causa que sea. Le admiramos, le queremos, le quisimos, le querremos, aprenderemos de él su garra de no querer sentirse en el ostracismo del Olimpo, le homenajeamos, besamos al mito que nos ha hecho felices, hacemos fuerza para su resurrección y más victorias.
Nadal quiere ser competitivo. Despedirse, con la más digna decencia en su última estación que podrá ser Roland Garros o incluso los Juegos Olímpicos. Debe ser duro. Es duro ver que Cronos el "fuckker" le tiene tomada la medida y el último torneo, el último juego o el último punto. Seguimos admirando, -lo haremos siempre en una pista-, a Rafa Nadal. En realidad, las cosas son lógicas. Hasta el más precoz de sus seguidores se va haciendo mayor, a algunos nos salen canas, a otros las primeras novias o incluso los primeros divorcios o separaciones. C´est la vie ...
La vida, sigue. Estas últimas tardes con Nadal demuestran que todos seremos vulnerables, y nos jode que pierda, que no se gire con la agilidad de antaño, que ahora los dioses huelan a Sinner o a Alcaraz, que "Nole" cada vez se queja más, o que Tsitsipás o Medvedev empiezan a ser meros outsiders.
El tiempo no es cruel. Rafa, cede. No importa. Alguna lágrima se escapa. Pero no es de rabia. Es de realidad, del hoy, del paso del tiempo, del pensar en aquellos caramelos de tardes brutalmente competitivas que el señor de Manacor nos ofreció durante varias décadas.
Sí. Décadas jugando al tenis. Décadas de Roland Garros, décadas de Wimbledon, del Open USA o del de Australia. El tiempo, sigue. Ese espectador del tenis siente las últimas tardes de alguien que ha sido especial. Dan ganas de llorar a mares, de que vuelva la épica, de que la victoria solo sea una parcial emoción, y sobre todo, besarle con fuerza a través de unos extraordinarios aplausos por su tenis.
¿Decepción? El transcurrir del tiempo es decepcionante cuando has sido Dios. El Dios de la raqueta se emociona y se enfada. Va asumiendo que el resto de la vida de Rafa no puede ser el tenis. El tenis ha sido él. Ahora, ya no nos va quedando el Rafa guerrero, sino el Rafa real.
Sabemos que Nadal está bramando contra todos los dioses que parecen tirarle al barro de la no competitividad. Es humano. También y como todos, Rafa también es humano. Desde Barcelona, el mito manacorí sigue tras perder, firmando autógrafos. Pero por adentro irá una procesión de rayos y truenos de impotencia. En estas últimas tardes de Nadal, nos embarga la pena y la sorpresa, el sueño de que aún pueda hacer algo enorme y cosas así.
¿POR QUÉ NO SOÑAR EN QUE AÚN QUEDA MÁS? ...
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