Sabatén es delgado, larguirucho y marcado por un padre que adora a Franco y por una madre de la que apenas habla y eso es revelador. Aunque marca una prudente distancia, porque su progenitora ya no está. Ni le puede comprender ni proteger.
Sabatén es feo. Pero podría serlo menos si se gustara algo. Su padre no es muy atractivo. Y de Iglesia. Y tradicional. Y cariñoso si le tratas bien. Se le parece en casi todo a su hijo Sabatén. Quizás haya choque generacional soterrado ...
Porque el flaco Sabatén no es que no existiera cuando era joven y adolescente para los otros, pero en casa había demasiado orden y poco oxígeno. Y el cambio generacional ha sido una inercia más que una modificación. Casi de repente, Sabatén se hizo espadachín de ideas propias. Y al hablar, se vuelca mucho y lo da todo. Su lengua golpea en tic nervioso su paladar. Dulcea su discurso y se aja fonéticamente.
Nunca confesará Sabatén que está profundamente enfadado, porque un día la lió en su puesto de trabajo, y allí no le vieron maldad sino extrañeza. Por eso es que le remitieron a psiquiatría, y el bueno de Sabatén pronto recibió una fría carta en la que se le comunicaba que no estaba apto para el ejercicio de la menor función laboral.
Su padre, miró a Sabatén. Que, ¿su hijo estaba loco? ¡Coño!, ¡no lo parecía! Una cosa es que fuese raro y poco agraciado, pero lo de majara nunca lo entendió. Y lo que nunca falta en la mesa del viejo padre de Sabatén es una potente copa de vino tinto, a la cual disimula con un tanto de gaseosa. El vino es cultura y tradición, presencia y hombría. El vino es valor y protege de los fríos. Y tiene muy buena tolerancia si se está curtido.
¿Ciego, Sabatén? No. Solo es que lleva gafas de rencor. Y se siente que sobra bastante. Y ha decidido que su pasión para llenar su tiempo, será la política individual. Porque Sabatén no cree en lo social ni en la fuerza del conjunto. Y eso que sabe que Sancho le dijo al Quijote que no espadachineara a las aspas de los molinos de viento ...
Sabatén piensa que hay mucho cabrón. Y mucha lealtad en el continuismo. Y que la dureza hace fuertes. Y que quejarse es de homos. Y que la mujer ha ido demasiado lejos en sus reivindicaciones. Y que eso del progreso es una filfa. Y decide esconder la verdad de su vida entre los libros monótonos y a la vez profundos de su biblioteca favorita. Le gusta la Historia ...
Sabatén va por la vida con vendetta. Sabe que si se le acerca una moza que le guste, habrán preguntas que difícilmente podrá responder sin fracasar y perderá el posible amor. No se hace ilusiones.
Sabatén vive al contraataque. Se siente tan mal que lo acaba asumiendo como parte de la normalidad. No lucha por cambiarse a sí mismo. Cree que a los cincuenta ya ha podido llegar al final de su vida, y prefiere hacer sus historias y que no le hablen claro.
Sabatén sacó su libro de censuras y lo utiliza en una tablet. Y se va a Twiter a buscar los errores de sus odiados. Le gusta estar informado y meterse en las radios y teles que no traga. Y entonces se reafirma contra todos sus enemigos y aparece una verborrea imparable. Fuerte ruído, el cual solo puede detenerlo su padre al decirle: "¡Coño, joder, déjalo ya y no des tanto por saco, leches!" ...
Sabatén entonces hace que prefiere sonreír y se calla. Tampoco su padre jamás va a creer en él. Tiene noventa años y apenas se ve. Él le ayuda por el qué dirán y porque es generoso cuando quiere, y prefiere no pensar cuando la vida se mueva y todo pueda variarle su cotidianeidad.
¿Variarle? Será difícil que a Sabatén le varíen. Para eso ya está él. Para ir a cambiar las cosas si es necesario, o para llamar infames a morir a los del coletas y a lo que suene a rojo. Sabatén tiene cara de pellizco por debajo de la mesa. Y es hombre.
-Y SABATÉN NO SE INMUTA EN APARIENCIA-
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