sábado, 30 de enero de 2010

- ESA PEQUEÑA MAGIA -

Hacía tiempo que no tenía las sensaciones que ahora os contaré. Veréis. Por avatares de mis cascadas rodillas a consecuencia del enorme volumen de actividad deportiva que dichas articulaciones han soportado desde que era un chaval, he debido ir estos días a una clínica de fisioterapia y rehabilitación funcional, que se encuentra en el pequeño pueblo de Massanasa. Para ello, tomé el autobús que une Valencia con Catarroja. Sí. Esos autobuses de color amarillo que tienen la parada inicial y final muy cerca de la Plaza de España de Valencia, al lado mismo de la sede central de la ONCE de ni ciudad.
Ya en el interior del autobús, y regresando a Valencia, vi cómo el conductor del vehículo y una mujer que llevaba un carrito de bebé,hablaban sobre la dificultad para subir a dicho autobús dado que eran unos escalones muy altos y que había un espacio muy estrecho para que cupiese el carrito del bebé. El conductor se mostraba definitivo. Le decía que lo sentía, pero que no podía hacer nada para ayudarla. La madre insistía una y otra vez, pero el conductor ya no le hacía apenas caso y se limitaba a indicarla que esperase al próximo autobús, el cual al ser un modelo distinto, podría resolver sus apuros. Aunque no se lo podía garantizar.
Yo, me asomé a ver. La madre, al verme, decidió entregarme a su hijo en mis brazos, mientras intentaba plegar el carrito para que cupiese y poder acceder al auto. Hasta que finalmente, lo logró.
Pero todo lo anterior, ha sido un largo preámbulo. Lo que os quiero haceros llegar es lo que sentí cuando tuve al niño entre mis brazos. Me senté en un asiento con el niño sobre mí, esperando que la mujer solucionara los problemas del carro.
Y mientras tanto, cogí al bebé. Sí. El niño lloraba. Yo tenía miedo de hacerle daño por si lo apretaba demasiado sin querer. Pero me dije, que lo que no le iba a pasar a esta pequeña magia cotidiana, es que se cayera. No. Ese niño iba a tener mis brazos de oso rodeando su cuerpecillo y librándole de ninguna clase de impacto por un hipotético frenazo mal dado por el riguroso conductor.
Sí.El niño, lloraba. Y hasta quería patear. En un momento dado, me miró y dejó de prestarle atención a su madre. Debió pensar, que quién sería ese grandullón con tanta fuerza que le aguantaba el peso. Y después, siguió llorando.
Os confieso que cuando le devolví el nene a su madre, sentí que durante unos segundos me había entrado una alegría interior y natural, que no puedo expresar a través de la palabra. El niño me había dado ternura, obligación de protegerle, emoción, y una sensación de alegría que ha tiempo no recordaba.
- YO TAMBIÉN FUI ASÍ DE NIÑO -

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