Lo intuía. Me dije a mí mismo, que antes de sentar la punta del bolígrafo sobre la hoja de papel para confeccionar este escrito, debía pasar por mi balcón y echar un vistazo a mis plantas, porque su sabiduría en la tarde fresca del invierno, me iba a dar muchas claves necesarias. Y tanto que me dijeron ...
Veréis. La primera palabra fue, concentración. Sí. Cuidar horas y horas de mi madre con alzheimer, podría tener en mi escribir un regusto irreal o recurrente. De modo que mis plantas me miraron a mí mientras me dedicaba a hacerles algunas labores de jardinería, y me dijeron que la vida que tenía delante era otra página de mi libro de la vida. Y que si estaba cansado, o no tenía ganas suficientes para cuidarlas, que mejor que las dejara en paz.
Sí. Mi madre avanza por la vejez, en sentido opuesto a mis plantas que crecen frescas e imparables. Y me decían que, seriedad. Sí. Seriedad, muchacho. Que nosotras estamos bien vivas, y que a nosotras has de tratarnos con energía y brío renovados. Que, para éllas, el pasado por muy inmediato y emocional que sea, no existe.
No pensé demasiado. Capté la idea inicial referente a la concentración. Empecé a fijarme única y exclusivamente en las plantas, en las hojas a desechar o en los tallos o ramas que crecían torcidos o desiguales. ¡En marcha!
El siguiente mensaje de mis plantas, fue convicción y valentía. Tranquilidad y naturalidad. Sí. Las tijeras, debían seguir cortando con fuerza y decisión. Sin titubeos. Adiós, cansancio y pesar. Porque mis plantas, son todo lo contrario a un lamento herido.
Vida. Lo que son mis plantas, es vida. Vida de mayores que rigen únicas su destino. Sí. Vida propia. Las plantas, deciden crecer. Ese era el mensaje encriptado. Necesitaban crecer para poder ser éllas, para que se hablara de éllas, para hacer decorativo y bello mi balcón, para ser descubiertas e incluídas en un catálogo de botánica, y sobre todo, para ser.
Sí. Ser. Con toda la mayúscula. Recuperando el fulgor y el vigor. Vigor natural que les da identidad y pujanza. Ésa, fue la sabia idea de las plantas de mi balcón. Quieren ser, estar, vivir, crecer, perdurar, rebrotar, moverse desde las raíces en dirección vertical; tener la sed de la vida y el sosiego de la humedad y del agua invernal.
Eso es. Mientras tomaba la concentración y estaba en mis plantas y con mis plantas, no existía el dolor ni la preocupación. Sino que dichas emociones adquirían unos nuevos y naturales acentos. Mi madre se hacía muy mayor, pero no se acababa el mundo, ni era cosa de meterle extraño drama.
No. Valentía y verdad. La vida le da cien patadas a la muerte, y es bella, bonita y amena. Y mis plantas son sabias, porque son una parte imparable de la vida. Si había que cortar los tallos u hojas ajadas, se cortaban. Sin miedo. Con decisión. Aceptando la ley de vida y las reglas del juego. El contrato vital.
Cada momento tiene su matiz y su ritmo. Ahora, estaba cuidando y laborando a una maravillosa energía y mágica, la cual me premiará y se premiará a sí misma cuando llegue la primavera con el color de sus mejores galas y de sus más bellas flores. Sí. Porque las plantas siempre miran hacia adelante.
-EXACTAMENTE, COMO LA VIDA-
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